martes, 2 de julio de 2013

Apadrina a un universitario

Soy de las que escuchan la radio cada mañana. Me ameniza el desayuno y me la llevo de un lado a otro para que las tertulias políticas, entrevistas, canciones y reflexiones varias me hagan compañía por toda la casa. El otro día, estaban hablando en la Cadena SER varios estudiantes que acababan de hacer la selectividad y esperaban la nota para saber si accederían o no a la carrera universitaria que les interesaba. Todos ellos coincidían en que habían elegido pensando en su vocación y no en la salida profesional. Es lógico. Sobre todo porque vete tú a saber cuáles serán las carreras del futuro. No sé si la mía estará entre ellas (me gustaría pensar que sí), pero la vocación es lo que tiene... que no siempre te da de comer.

Otra cosa que me llamó la atención es que estos jóvenes ilusionados y motivados admitían que podrían tener problemas para pagar sus carreras universitarias. No es éste un tema nuevo. Hay miles de estudiantes en toda España que no pueden continuar con sus estudios porque son demasiado caros, porque la universidad pública ya no cumple el objetivo fundamental de ofrecer la igualdad de oportunidades a todos. Parece que la idea es volver al pasado para que sólo puedan estudiar quienes tengan dinero. Los demás, que se busquen la vida. A mí esto me da auténtico pavor.
Y lo digo porque yo soy una de las afortunadas que pudo completar sus estudios, en parte, gracias a las ayudas públicas. De hecho, si hice una carrera fue porque mis padres se dejaron la piel en el trabajo para dar a sus hijas los estudios que ellos no pudieron tener. Porque yo me dejé la piel estudiando. Y porque recibí becas que hicieron menos empinado el camino hasta la licenciatura. Estudiar una carrera no es sólo pagar una universidad. Son los libros, las comidas fuera de casa, el transporte, el material... y no todo el mundo tiene la suerte ni la posibilidad (y menos en los tiempos que corren) de compaginar los estudios con el trabajo.

Por todo ello, me chirría especialmente ver cómo la educación (otro día hablaremos de la salud o las prestaciones sociales) sufre una y otra vez los efectos de los recortes.

Porque la educación nos iguala, nos da a todos los mismas oportunidades con independencia del dinero que tengamos nosotros o nuestras familias, superando brechas de un pasado no tan lejano. No hay clases, ni diferencias sociales. Hay gente más o menos preparada que puede triunfar en la vida venga de la Moraleja o venga de Carabanchel.

Porque la educación es vital en el camino hacia la plena igualdad entre hombres y mujeres. Aquí, por suerte, nos parece normal. Pero sigue habiendo muchos países en los que la mujer -privada de derechos básicos- continúa siendo ciudadana de segunda, sin independencia, sin autonomía.

Porque la educación nos hace libres, nos otorga la capacidad de pensar, de reflexionar, de decidir.

Porque la educación es vital para el progreso social. Hoy más que nunca necesitamos de gente preparada y formada para repensar el modelo económico y enderezar los pilares de nuestro futuro. Y tenemos que ser capaces, además, de retener todo ese talento.



Es injusto e inmoral que gente sobradamente preparada no pueda acabar sus estudios (o empezarlos) por no poder hacer frente a su coste. Porque resulta que, entre otras cosas, esa gente es el futuro de este país herido.

Me veo poniendo en marcha una campaña del tipo "apadrina a un universitario" para garantizar que ese futuro sea, al menos, un poco mejor que el presente.

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