martes, 18 de marzo de 2014

Ya va siendo hora...

Que en pleno siglo XXI y en un país (presuntamente) moderno y civilizado como el nuestro se siga escuchando de vez en cuando que la homosexualidad es una enfermedad a mí me deja sin palabras. Vamos, que no lo puedo entender. De hecho, tener que defender a estas alturas de la vida el derecho de las personas a ser lo que son o lo que quieran ser me parece anacrónico. Igual que me resulta incomprensible que haya gente que siga pensando esas cosas y diciéndolas con plena convicción y con la conciencia tan tranquila.

Digo esto porque hace unos días vi "La vida de Adele", una película sobre el despertar sexual de una joven y su relación con otra mujer. Me preguntaba entonces si había dado tanto que hablar precisamente por su retrato de la homosexualidad y por lo explícito de las escenas de sexo entre las dos mujeres. Pero lo cierto es que, más allá de la anécdota, es una gran historia de Amor, así con mayúsculas, narrada con sensibilidad y realismo.


El Amor (en mayúsculas) casi siempre duele, y a la protagonista le duele especialmente porque se ve y se siente diferente. Porque no le gustan los chicos. Porque le gusta esa extraña de pelo azul con la que se cruza en un paso de peatones mientras camina al lado de su novio. Porque, cuando por fin se entrega a ese amor prohibido, prefiere ocultárselo a sus padres y a sus amigos y a sus compañeros de trabajo. Y así va pasando el tiempo, entre Amor con mayúsculas y mentiras, y celos.

Lo triste de la historia (entre otras cosas) es que es real como la vida misma. Es que aún hoy hay prejuicios, y miedos, y mentiras, porque hay quienes no se atreven (o no pueden, o no saben) a vivir con libertad sus sentimientos. 

Muchos de los tabúes en torno la homosexualidad han venido marcados por la religión. Porque en el seno de la Iglesia ha habido, y sigue habiendo, mucha intolerancia hacia los que ellos consideran diferentes, o raros, o enfermos. Por suerte (y esperemos que no sea  mero "postureo"), el nuevo Papa ha traído nuevos aires y, al menos, palabras de respeto y el compromiso de no juzgar a las personas homosexuales. Que, ojo, son personas, y su dignidad y sus derechos deberían estar por encima de creencias y de ideologías.

Pero, como decía antes, y por desgracia, sigue habiendo prejuicios y censura. No hay que irse muy lejos. Seguro que todos conocéis algún caso.

Pero es que, si además miramos más allá, la realidad de otros países y de otras culturas asusta. Porque si a veces es difícil ser gay en Navarra o en Londres o en París, ni os cuento en Afganistán, o en Irán o en Sudán. Ojo a este articulo que hace unos días podíamos leer en un blog de El País y que habla de la homosexualidad en África. Pone los pelos de punta.Y hace que la historia entre las protagonistas de "La vida de Adele" sea algo así como un cuento de hadas.


En fin, que ya va siendo hora de dejar de convertir en noticia lo que debería ser algo normalizado. Que la gente tiene derecho a ser feliz con la persona que elija, a amar, a ser amado. Y a no condenarse a la infelicidad y a no encerrarse en el armario de por vida sólo porque haya demasiado intolerante suelto. Vamos hombre, ya va siendo hora.

martes, 4 de marzo de 2014

¿El triunfo de las (buenas) historias?

Con eso de que el domingo se entregaron los Oscar tengo la excusa perfecta para hablar de cine. Me viene bien porque ya sabéis que en estas cosas siempre hay grandes triunfadores y grandes derrotados. Y yo hoy he decidido quedarme con los segundos. Con uno en concreto.

Reconozco que soy muy de leer críticas y de dejarme llevar por ellas cuando voy al cine. Aunque -por suerte- cada vez hay más ofertas, comprar una entrada sigue siendo un artículo de lujo que merece más o menos la pena en función de la calidad de lo que vayamos a ver. Por eso, cuando vi los halagos que recibía "El lobo de Wall Street", todo apuntaba a que sería uno de los peliculones del año. No digo que no lo sea, sólo que a mí de dejó bastante fría.

Como muchos ya sabréis, es una película inspirada en la historia real del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort, personaje que interpreta (con enorme acierto, eso sí) Leonardo DiCaprio. Si le llegaron a apodar "El lobo de Wall Setreet" os podéis imaginar que no fue precisamente por su generosidad y su altruismo. Construyó su fortuna a base de colocar a la gente bonos basura sin ningún tipo de escrúpulo, un estafador en toda regla. Por no hablar de sus aficiones a la droga, las orgías y los excesos varios.


No me malinterpretéis. Alabo el trabajo de Scorsese en la realización de la película, rodada con maestría, con imaginación y con agilidad, a pesar de las tres horazas que te mantiene sentado en la butaca. Alabo el trabajo de sus intérpretes. Pero cuestiono que la historia sea digna de las grandes críticas que ha recibido. En fin, que me plantea la misma duda de siempre: ¿qué es más importante, la historia o la parte técnica/intepretativa de la película?

Digo esto porque sí, no cuestiono la habilidad del director, pero el trasfondo me parece vacuo, frívolo y bastante insustancial. Como anécdota, vale, la historia de una hombre que se hace rico de la nada con malas artes y sangre fría a raduales. Pero de ahí a elevarla a la categoría de "historia que merece ser contada", pues vaya, no sé... más me parece una apología del sexo, las drogas, y la moralidad dudosa que algo que resulte mínimamente ejemplarizante, o que te conmueva, o que por lo menos te despierte una mínima empatía.

Hace poco leí en prensa que uno de los personajes reales en los que está basada la película había pedido que la retiraran de las salas porque, tal y como aparecían retratados, le estaba costando mucho encontrar un trabajo. Hombre. Normal. Que lo hubiera pensado antes.

Frente a esa historia de ambiciones desatadas, la elegida como mejor película fue, como a estas alturas ya sabréis, "12 años de esclavitud". No la he visto. Pero las críticas coinciden a partes iguales en su dureza (está basada en hechos reales) y en la justicia que un Oscar que, por primera vez, mira de frente a una de las etapas más oscuras y sinestras de la historia de los Estados Unidos. Supongo que será de dolorosa de ver, pero también necesaria.

En fin, que son sólo dos películas. Dos historias basadas en hechos reales pero con un trasfondo totalmente diferente. En manos de cada uno queda la elección de qué es mejor, o de qué ver, o de con qué quedarse. Yo voto por las historias. Por las buenas historias. Siempre.

Tengo otra en el tintero. Pero la dejo para mejor ocasión.