lunes, 23 de diciembre de 2013

Éste no es mi mejor post

Os prometo que, por más que pasen los años, me siguen emocionando -llegadas estas fechas- anuncios estilo "El Almendro vuelve a casa por Navidad". Sí, me podéis tildar de moñas, de sensiblera y de adicta al almíbar, pero de verdad que me llegan esos mensajes.

Y eso que yo nunca he sido emigrante, pero puedo entender y compartir la emoción de quienes están lejos de casa y regresan a los brazos de sus padres, hermanos, tíos, abuelos o amigos. En Navidad, o en otra época del año. Sensaciones y sentimientos que, por cierto, plasmaba muy bien el vídeo que os pongo a continuación, que seguro que visteis en su momento, pero que hoy me viene al pelo para lo que os quiero contar.


Porque sí, la Navidad está muy bien con sus belenes, sus luces, sus espumillones, sus anuncios de colonias y juguetes, los regalos, los lazos, los turrones... pero, por encima de todo, y más en los tiempos que corren, es una gran ocasión de disfrutar de quienes están con nosotros, a nuestro lado. Si tenemos la oportunidad de hacerlo. Porque estoy segura de que no todos los que han emigrado tendrán recursos o capacidad de regresar a casa, y pasarán las Navidades alejados de su casa y de su tierra. Y porque, sí, todos tenemos grandes ausencias y vacíos que se acentúan en estas fechas.

Así que mi mensaje es claro: disfrutemos de lo que tenemos ahora que podemos. Que no nos queden abrazos por dar, ni Navidades por felicitar, ni palabras en el tintero. Porque no sabemos lo que la vida nos depara.

Feliz Navidad, y Feliz 2014

martes, 17 de diciembre de 2013

El hambre es un crimen

Todavía me dura el mal cuerpo que este fin de semana me dejó la noticia de la muerte de tres miembros de una familia de Alcalá de Guadaíra, según las primeras hipótesis, intoxicadas tras el consumo de alimentos en mal estado. La investigación apunta ahora a que la comida fue adquirida en buen estado, y que algo ocurrió en el domicilio que provocó su posterior contaminación. Parece descartarse la hipótesis inicial de que fuera recogida en contenedores o en la calle, como se apuntó en un primer momento. Lo cual no oculta, sin duda, una realidad que desde hace meses es visible en nuestros pueblos y ciudades, la de personas que hurgan entre la basura buscando restos de comida. Es una realidad cruda, dura, desoladora, y muchos otros adjetivos que prefiero ahorrarme por educación, pero que debería sacar los colores a éste nuestro Estado del Bienestar.

Hace sólo unas semanas asistimos a una nueva Gran Recogida del Banco de Alimentos. Superó todas las expectativas y evidenció que, por suerte, la generosidad y la solidaridad de los ciudadanos, incluso de aquellos que no andan precisamente sobrados, es infinita y digna de reconocimiento. Porque, una vez más, somos nosotros, los ciudadanos de a pie, las "clases medias", quienes asumimos y gestionamos algunas de esas situaciones profundamente injustas y devastadoras que la crisis ha dejado a nuestro alrededor y en nuestras propias casas.


Yo contribuí a la Gran Recogida con mi madre, cada una cargada con su bolsa de productos no perecederos y la ilusión de poder ayudar a alguien con un gesto a priori tan pequeño pero tan grande al mismo tiempo. Mi madre me contaba que, como por desgracia pasó hambre de pequeña y también recibió ayuda, le gusta poner su grano de arena, como otros lo hicieron por ella en el pasado. En ese pasado no tan lejano, pero sí muy distinto a nuestro presente. Y, sin embargo, retazos de aquellos años de penurias regresan ahora para recordarnos que ese Estado del Bienestar no era ni tan seguro ni tan cómodo como nos querían hacer creer.

El país vuelve a estar invisiblemente dividido entre quienes andan sobrados, quienes van tirando como pueden, y quienes pasan hambre, rebuscan en la basura y sufren para mantener un techo que les cobije. A más de uno se le debería caer la cara de vergüenza. Como al señor Blesa y sus encargos de caviar mientras arruinaba a miles de personas con las preferentes de Caja Madrid. Por poner un ejemplo reciente, vaya.


Esos mismos días de enorme trabajo para el Banco de Alimentos, la Gran Recogida compartía espacio en los supermercados con los productos navideños, los turrones, los ibéricos, los patés, los licores, que presidirán muchas mesas durante las próximas navidades. A mí la situación -os lo aseguro- me produjo cierto malestar. Enormes palets de arroz, pasta, galletas y otros productos de primera necesidad desafiaban a los delicatessen y a los caprichos gastronómicos que, probablemente, dejarán más de una cartera temblando en las próximas semanas.

Buena metáfora de esa España de realidades antagónicas a las que nos está llevando esta crisis sin fin. Sólo espero que la brecha no llegue a ser tan grande que se convierta en insalvable. 

martes, 10 de diciembre de 2013

Escribo hoy, por si no hubiera mañana

Supongo que vivir es aprender a alternar con el miedo; que, como dice la canción de Vetusta Morla, "tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder"; que, mientras haya personas que nos importen, tendremos razones suficientes para levantarnos cada mañana. Lo contrario, aunque nos exima del miedo a perder, tampoco ofrece una perspectiva demasiado alentadora, ¿no os parece?

En fin, que no pretendo ponerme filosófica. Es sólo que, de vez en cuando, la vida te enfrenta a realidades de las que duelen de verdad, de las que convierten en minucias cualquiera de nuestros problemas y preocupaciones del día a día. 


Hace unos días falleció la madre de una buena amiga y compañera de trabajo durante unos cuantos años (y de risas, y llantos, y confesiones, y confidencias). Estaba enferma, así que supongo que era una noticia esperada, aunque no por ello menos dolorosa. Es, sin duda, uno de esos momentos en la vida en los que faltan las palabras, porque nada que podamos decir puede calmar el dolor de la pérdida más irreparable. A mí se me encoge el alma sólo de pensarlo. No puedo ni imaginar la angustia, el vacío, que tiene que dejar la ausencia de un ser querido, un padre, una madre, una hermana, tu pareja, tu mejor amiga. Son huecos que, por más que nos empeñemos, nunca serán cubiertos. Como mucho, supongo, se aprenderá a sobrellevar la pérdida, a convivir con ella, pero estoy segura de que el vacío seguirá ahí, día tras día.

Sin embargo, son hechos como éste los que, tristemente, a menudo nos dan un bofetón en toda la cara y nos despiertan de golpe y porrazo. Nos recuerdan lo frágiles y vulnerables que somos, lo efímeras que son todas las comodidades que nos rodean. Lo que importa, lo que de verdad importa, es aprender a vivir el hoy como si no hubiera un mañana; es disfrutar de lo que tenemos y, sobre todo, de a quiénes tenemos a nuestro alrededor, antes de que la vida (o la muerte, en este caso) nos separe de ellos irremediablemente.

El otro día me llegaba a través de Twitter un post muy curioso, el de una enfermera que había convivido con enfermos terminales durante mucho tiempo (aquí). Había compartido con ellos sus angustias y, sobre todo, sus anhelos. Qué no hice, a quién dejé por el camino, qué sueños no cumplí. Y hay patrones que se repiten una y otra vez: ojalá hubiera sido realmente fiel a mí mismo, ojalá hubiera expresado mis sentimientos, ojalá me hubiera permitido ser más feliz.
No esperemos a que llegue ese momento para echar la vista atrás y lamentarnos por lo que no hicimos, no dijimos o no sentimos. A menudo estamos tan pendientes de agradar, de ser correctos y educados, de no lastimar a nadie, de no salirnos del camino trazado, que nos olvidamos de ser nosotros mismos. Y, por desgracia, a veces, cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde.

Una dosis de miedo es buena y necesaria para la vida. Pero que no nos paralice. Al contrario. Que nos recuerde cada día que nos sobran los motivos para seguir hacia delante aun cuando vienen mal dadas. Y que merece la pena ser uno mismo y luchar por nuestros sueños. Para que un día no miremos atrás y nos demos cuenta de lo que quisimos ser y nunca fuimos. 

domingo, 1 de diciembre de 2013

Palabras (o significados) que hacen daño

Os aviso de que este post puede herir sensibilidades. O provocar la risa. O el llanto. No sé. La cosa es que, cuando leí la noticia que lo inspira, las sensaciones fueron encontradas. El tema se las trae. Es gracioso, sí, y curioso, pero dice poco de la contribución de las Letras españolas (así, con mayúsculas) a la igualdad entre hombres y mujeres.

Me explico. La semana pasada -el 25 de noviembre- celebramos el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Sobran los comentarios porque, no sólo como mujer, como persona, me horroriza cualquier tipo de violencia y, por supuesto, aquella que, lamentablemente, siguen ejerciendo a día de hoy muchos hombres sobre muchas mujeres, sin lógica, sin sentido y, desde luego, sin justificación. Supongo que como eco de un pasado profundamente machista, de sociedades patriarcales y de sometimientos y servidumbres a los que se ha visto sometido el género femenino durante demasiado tiempo.
Pero no vengo a hablar de esto. Hoy sólo vengo a comentar esa noticia a la que aludía al inicio y que se enmarcó en la conmemoración del 25 de noviembre. Quizá algunos ya tuvisteis la ocasión de leerla. Se titula "Menos sexismo en el nuevo diccionario" y fue publicada por el diario El País (aquí). Es, a grandes rasgos, un reflejo de lo que todavía -sí, en pleno año 2013- podemos encontrar en el diccionario de la RAE, acepciones y definiciones machistas y retrógradas. Ojo, tomo prestados algunos ejemplos, para que os hagáis una idea:
  • Gozar. Conocer carnalmente a una mujer.
  • Cocinilla. Hombre que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que no son de su incumbencia.
  • Femenino. Débil, endeble.
  • Masculino. Varonil, enérgico.
  • Padre. Varón o macho que ha engendrado. / Cabeza de una descendencia, familia o pueblo. / Padre de familia: jefe de una familia aunque no tenga hijos.
  • Madre. Hembra que ha parido. / Madre de familia: mujer casada o viuda, cabeza de su casa.
¿Qué me decís?, ¿cómo os quedáis? En fin, creo que sobran los comentarios. Pero la realidad es que estas acepciones figuran a día de hoy en el Diccionario de la Real Academia Española. La buena noticia es que algunas de ellas (o todas, por favor) serán modificadas en la nueva edición que se publicará a finales de 2014.

Pero, mientras llega ese momento, ahí siguen, alentando las desigualdades y las diferencias de género en pleno siglo XXI, perpetuando estereotipos machistas que tendrían que estar más que superados. Y en un diccionario. Cuando, precisamente, entiendo que la educación juega un papel esencial a la hora de equiparar géneros. No puedo comprender que comportamientos y actitudes machistas sigan presentes en las nuevas generaciones. Algo estamos haciendo mal si sigue siendo así, y, desde luego, sólo aprendiendo desde pequeños que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, las mismas libertades y obligaciones, podremos conseguir algo.
No me considero especialmente feminista. Como ya escribí en otro post (aquí), ni machismo, ni sexismo ni feminismo. Sólo igualdad. Creo que es cuestión de dignidad y de justicia social.

Así que, por favor, señores de la RAE (digo señores porque la lista de mujeres en este órgano es más bien escasa, y se nota), modernícense un poco, váyanse adaptando a los nuevos tiempos. Creo que ya es hora.