martes, 29 de octubre de 2013

¿Y si todo vale?

¿Qué serías capaz de hacer para proteger a tu familia y a tus seres queridos?, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar?, ¿te lo has planteado alguna vez? Supongo que es complicado delimitar las fronteras hasta que no te ves en una situación límite. Supongo que, llegado el caso, aquello que separa lo bueno de lo malo, lo ético de lo inmoral, se difumina, se vuelve más fino, más frágil.

No penséis que me he vuelto loca de repente. Es que hace unos días estuve viendo en el cine "Prisioneros", una película que ahonda precisamente en los límites físicos y morales de un hombre que se enfrenta a la peor de sus pesadillas: la desaparición de su hija pequeña. Presionado por su esposa y receloso de la actuación policial, decide investigar por su cuenta. Y esa investigación va a poner contra las cuerdas la frontera entre lo moral y lo inmoral, lo que está bien y lo que está mal, de la que hablaba antes. No os cuento más. Sólo os digo que la película es capaz de crear un clima tan oscuro e inquietante que te altera y te sacude por momentos. Creo sinceramente que merece la pena el esfuerzo. Si, como es mi caso, soléis empatizar con este tipo de historias, lo pasaréis un poco mal. Pero de vez en cuando no está de más pararse y pensar... ¿qué haría yo si estuviera en su piel?
Hablamos de una película, sí. Pero, por desgracia, la realidad supera con creces la ficción. Y los periódicos y los informativos están plagados de historias de esas que te ponen la piel de gallina: secuestros, desapariciones, asesinatos. Imagínate que le ocurre a uno de los tuyos. Y que tienes la oportunidad de ejercer la justicia por tu cuenta. 

No sé si me entendéis. Yo veo a veces a los padres de Marta del Castillo y pienso en el sufrimiento y la angustia que tienen que estar pasando. Por la pérdida de su hija, por no haber encontrado aún su cuerpo, y porque el asesino y sus cómplices parecen haber hecho del caso un macabro espectáculo en el que todos mienten y nadie parece mostrar, si quiera, un mínimo de compasión. Miguel Carcaño podría estar en la calle en unos pocos años. Imagínate que la madre o el padre de Marta se lo encuentran en la calle, en un bar, en una tienda. Qué pueden sentir, de qué pueden ser capaces.

¿Recordáis la historia de María del Carmen García? En el año 2005 mató al violador de su hija cuando lo vio en un bar. Disfrutaba de un permiso penitenciario. La violación se había producido en el año 1998, cuando la niña tenía trece años. No se habían dictado medidas de alejamiento que impidieran el encuentro entre la víctima y su familia, y el violador. Y ese encuentro se produjo. Y él le preguntó qué tal estaba su hija. Y ella se volvió loca. María del Carmen tendría que haber ingresado ya en prisión, pero se están recogiendo firmas para pedir su indulto. Todo apunta a que la violación de su hija afectó de forma significativa a su salud mental.

¿Es argumento suficiente para justificar una muerte? Claro que no. Asumir que todo vale y que esos padres tienen el derecho de tomarse la justicia por su cuenta no soluciona nada. Está claro. Creo que la historia ha demostrado una y otra vez que el ojo por ojo sólo genera mas odio, más violencia, más dolor. 

Y, aún así, seguro que muchos de vosotros entendéis la angustia de esos padres. Y hasta podéis justificar sus actos.

También os digo que yo no sé cómo actuaría ante una situación así. Y eso es precisamente lo que plantea la película de la que os hablaba al inicio. Creo que, sólo si te ves ante un dilema de tal magnitud, podrías saber cómo actuar.

Lo que es evidente es que en esta vida todos podemos ser prisioneros de algún modo. Literal y figuradamente. No sólo hay prisiones de cuatro paredes. Hay encierros que nos atrapan en la angustia, en la pérdida, en el dolor. Encierros de los que, a veces, nos podemos salir. Encierros que nos impiden seguir hacia delante.

martes, 22 de octubre de 2013

Feminismo, sexismo y otros "ismos"

Hace bastante tiempo que no leo el diario As en papel. Pero, si no ha cambiado, recuerdo que solían incluir en la contraportada una foto de una mujer divina y estupenda así como ligera de ropa. Os aseguro que, al menos en la versión online, no escatiman en fotos de "chicas As". Supongo que habrá redactoras, fotógrafas o secretarias trabajando en el periódico, y me pregunto si les hará gracia o no que el rotativo, que además pertenece a un grupo de comunicación de corte progresista, abunde en tópicos sexistas. Desde luego, a mí, como lectora ocasional, no me gusta. No me gusta nada.

Supongo que parten de la premisa de que los lectores de prensa deportiva son, sobre todo, hombres heterosexuales. Así que la idea de incluir fotos de mujeres en paños menores les ha debido de parecer un gancho estupendo. Nada original, pero estupendo. 

Que conste que a mí esto siempre me ha parecido de lo más sexista. Yo soy mujer. Y me gusta el deporte. Y también puedo leer el As o el Marca sin esperar que incluyan a hombres semi desnudos (más allá de futbolistas, tenistas o atletas en plena acción) como atractivo. Y puedo ver un partido de baloncesto y prescindir de los momentos "cheerleaders" que, dicho sea de paso, me parecen de lo más anacrónicos. ¿No hemos avanzado nada?
Está claro que es complicado marcar los límites de lo que se puede considerar o no sexista. Hago esta reflexión porque hace unos días unas activistas de Femen (un grupo feminista que nació en Ucrania) irrumpieron en el Congreso enseñando sus pechos como señal de protesta contra la reforma de la ley del aborto. Al margen del motivo de su protesta (que da para otro post), a mí las formas no me gustaron. Porque, como mujer, me chirría ese uso de la anatomía femenina para llamar la atención de los diputados, de los medios de comunicación y de la sociedad en su conjunto. Está claro que la protesta fue efectiva porque captó el interés de la opinión pública, pero, ¿era necesario hacerlo de ese modo?

Desde Femen han convertido las protestas en topless en su principal seña de identidad. Sus reivindicaciones incluyen temas como el turismo sexual, el aborto, las instituciones religiosas y todas aquellas cuestiones sociales que afecten de un modo u otro a los derechos de la mujer.

No obstante, el uso de la desnudez como reclamo no es nuevo. Organizaciones como PETA o AnimaNaturalis, por ejemplo, han recurrido a ella para defender los derechos de los animales. Aquí mismo, en Pamplona, vemos protestas año tras año contra los encierros y las corridas de toros. Sólo que el matiz en estos casos es distinto.
Porque a mí, que las mujeres utilicen su cuerpo como arma para denunciar comportamientos sexistas o que atenten contra sus propios derechos, no me parece lo mejor. Ya lo siento. Por muy vistoso y llamativo que sea, creo que no hacen sino perpetuar estereotipos machistas y retrógrados. Y representan todo aquello contra lo que han luchado muchas mujeres durante mucho tiempo.

Esto es. Que somos algo más que un cuerpo y una cara. Que estamos preparadas, formadas y capacitadas, que estudiamos, trabajamos, dirigimos, organizamos. Y que defendemos la igualdad. Hay ciertos "ismos" que deberían ser cosa del pasado. Ni feminismo ni machismo ni sexismo, igualdad, a secas. Mismos derechos, mismos deberes.

Y que conste que lo digo desde una mentalidad abierta. Que no hay ni pudor ni conservadurismo en mis palabras. Sólo el deseo de hacernos valer. Por lo que somos; y no por cómo somos.

martes, 15 de octubre de 2013

My teacher is rich

Ayer empecé la semana con un buen madrugón. Uno de esos que te dejan el cuerpo medio triste para el resto del día. Y lo peor de todo es que no sirvió para nada. Me explico. Este año he tenido mi pelea particular con la Escuela Oficial de Idiomas para hacerme con una de sus codiciadas plazas de inglés. Y ayer tocaba nuevo intento: madrugar, coger número, y rezar para que quedara alguna vacante que llevara mi nombre. Pero no hubo suerte. Al menos, no por ahora. Así que seguiré entregada a mi curso del Servicio Navarro de Empleo. Algo es algo, menos da un piedra.

Mi lucha con el inglés se remonta al origen de los tiempos. No ha sido la mía la generación del bilingüismo, todo hay que decirlo. Yo empecé a estudiar en el colegio en clases puramente gramaticales, dos horas por semana. Me harté del estilo indirecto, los verbos irregulares, las preposiciones y todo lo demás. Nunca en mi vida escolar recibí una clase íntegramente en inglés. Así que es normal que la teoría la supiéramos pero la práctica nos diera pavor. Porque desde luego a mí jamás me enseñaron a tener una conversación ni a manejar recursos con cierta soltura.
Digo esto porque todavía colea el famoso "relaxing café con leche in Plaza Mayor". Vergüenza es poco. Menudo ejemplo dimos al mundo. Que digo yo que, si ostentas un cargo de representación pública, lo mínimo que se espera de ti es que tengas ciertas habilidades, ciertos conocimientos, ciertas destrezas... No sé, algo. Aunque también es verdad que si Ana Botella ha aprendido de su señor esposo, lo tenemos crudo. Supongo que aún estarán "trabajando en ello".

Aún así, y sin que sirva de justificación (eso por supuesto), hay que reconocer que el sistema educativo español no ha favorecido -al menos hasta hace unos años- ni el bilingüismo ni el manejo de otros idiomas. 

Todavía recuerdo a mi profesora de inglés del instituto, tan maja ella, tan entrañable, pero con una pronunciación que nada tenía que envidiar a la de la mismísima Ana Botella. Su única preocupación era que no usáramos demasiado tippex en los ejercicios porque -y cito palabras textuales- luego "le pesaban demasiado los exámenes" con las capas y capas de corrector que empleábamos. En fin. Sin comentarios.

En la universidad la cosa no mejoró. El inglés sólo lo veías de perfil si lo elegías como asignatura optativa, o de libre elección, algún semestre, pero tampoco era nada del otro mundo. Vamos, nada que luego te fuera a solucionar la vida laboral. Así que te tenías que buscar la vida por tu cuenta. Si tenías suerte, en la Escuela Oficial de Idiomas. Si tenías dinero, en una academia privada.

La cosa es que una terminaba la carrera tan contenta con su título bajo el brazo y con un inglés macarrónico que dejaba mucho que desear. En mi caso, como además apenas me ha hecho falta en mi trabajo, pues siempre estaba ahí, en el limbo, como la gran asignatura pendiente por mejorar y perfeccionar.
Sobra decir que estamos a la cola de Europa. Que en muchos otros países el inglés es tan importante como el idioma oficial. Los niños lo aprenden desde pequeños e incluso pueden practicar viendo la televisión. Porque fuera de nuestras fronteras sí que están extendidos los programas, cines, series... en versión original. Y es una gozada. Yo todavía no he conseguido despegarme de los subtítulos en castellano, pero es verdad que -a fuerza de ver series y películas en inglés- el oído se te hace al idioma, y enriqueces pronunciación y vocabulario.

En fin, que mi post de hoy es más terapéutico que otra cosa. Para desengrasar un poco de temas profundos. Así, de paso, comparto mi frustración, porque seguro que más de uno me entendéis perfectamente. 

Que conste que no tiro la toalla. Sigo trabajando día a día para superar el miedo, el bloqueo, las dudas. Yo creo que como siempre nos hemos sabido peores que otros en esto del manejo de idiomas, hemos terminado por creérnoslo. Y si encima uno ve nuestra representación ante el mundo, pues sí, como que se te cae el alma a los pies. Como diría mi madre.

martes, 8 de octubre de 2013

Cuando mirar al mundo asusta (y mucho)

Dos noticias me han dejado muda (y mirad que eso es difícil) en los últimos días. La más reciente, el trágico accidente en Lampedusa del barco en el que viajaban 500 inmigrantes. Sólo se ha rescatado con vida a 150 de ellos. Un horror. Una nueva sacudida a la Europa del confort que, a pesar de la crisis y la recesión, sigue siendo el sueño de miles y miles de personas -africanas en este caso-, que buscaban un futuro mejor para ellas y para sus hijos. Una vergüenza, como dijo el Papa Francisco. Una vergüenza y un fracaso, sin duda, de las políticas migratorias. Porque no sólo en Italia, sino también aquí en España sabemos muy bien de dramas de este tipo, de inmigrantes que se dejan los sueños y la vida en el mar.

La otra noticia que me tiene impactada es la violenta muerte de la pequeña Asunta en Teo, A Coruña. Creo que no hace falta que os dé más datos porque el caso se ha convertido, sin duda, en uno de las más mediáticos de los últimos tiempos. No sé si por puro morbo o por el horror que puede suponer el que unos padres se conviertan en presuntos asesinos -con absoluta premeditación- de su propia hija.

Si es que ha sido así, claro. Todo parece a simple vista tan claro, tan evidente, que a buen seguro muchos de vosotros ya habéis juzgado y condenado a Rosario Porto y Alfonso Basterra. Confieso que yo lo he hecho. Supongo que es inevitable. Al menos si lees la prensa, escuchas la radio y ves la televisión. Todo apunta a ellos, por mucho que se declaren inocentes. Pero a veces me asalta la duda. ¿Y si hubiera algo más o alguien más que se nos escapa?


Me viene a la mente estos días el caso de Rocío Wanninkhof, la joven asesinada hace 14 años. Dolores Vázquez fue juzgada y condenada por la Justicia y por la opinión pública, por mucho que ella insistiera una y otra vez en su inocencia. Y hoy seguiría cumpliendo condena en la cárcel si no hubiera aparecido el verdadero verdugo de la joven. La mujer fue puesta en libertad, pero puedo suponer que es complicado, por no decir imposible, rehacer tu vida en el mismo país que te ha visto durante años como una asesina fría y calculadora. Hoy, al parecer, Dolores vive en un pueblo cercano a Londres. La huella del caso de Rocío Wanninkhof la ha dejado marcada de por vida.

¿Por qué recuerdo esto? Porque no dejo de pensar -desde la "deformación" profesional que da el periodismo- si se está respetando en los medios la presunción de inocencia de los padres de Asunta. Si no es cierto que a su madre ya la vemos como a una persona fría, psicótica, posible asesina de su hija, que ya la intentó matar en el pasado, y que incluso podría estar involucrada en la muerte de sus padres. Ahí es nada. Si esto se demuestra, por supuesto, que la Justicia sea firme y ejemplificadora. Con ella y con su ex marido. Pero, ¿y si no es así?

La respuesta asusta. Porque está claro que esas personas quedarían marcadas de por vida y el horror les acompañaría siempre, y en cada lugar, fueran donde fueran. Porque la opinión pública ya ha emitido su veredicto. Y ése es muy difícil de borrar. 


No quiero obviar tampoco el trato morboso y sensacionalista que la noticia ha recibido y sigue recibiendo en algunos medios de comunicación, en informativos, programas de entretenimiento y tertulias. Ver a los colaboradores de Sálvame hablar del caso de Asunta como si tuviera datos objetivos me pone los pelos como escarpias. Y asistir a cómo algunos hablan sobre hipótesis y conjeturas sin base científica ni pruebas, también.

Porque el periodismo, desde luego, no es eso. No es ni opinión ni suposición. Es información, objetiva y demostrable. Y también es presunción de inocencia.

No vengo hoy aquí a dar lecciones a nadie, por supuesto. No soy quién para hacerlo. Pero sí os invito a ser más críticos. A practicar más a menudo el sano ejercicio de pararse y reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor, sobre las cosas que nos cuentan y cómo las cuentan. Y a no juzgar de antemano. Ese ejercicio, el de no prejuzgar, tan útil en nuestra vida cotidiana, es igualmente necesario desde la posición de lectores, oyentes o espectadores.

martes, 1 de octubre de 2013

Reivindicando el derecho a la pataleta

La semana pasada tuve unos cuantos días de mierda. De esos en los que estás como mal. Y yo, cuando estoy triste, o desanimada, o lo que sea, me encierro en mí misma y me pongo insoportable. Lo peor es que soy perfectamente consciente porque no me aguanto ni yo, pero tampoco puedo hacer nada por remediarlo, sólo esperar a que amaine la tormenta. Y es una pena, la verdad. Porque ya me gustaría a mí estar bien y contenta la mayor parte del tiempo.

Pero no siempre se puede, ¿no os parece? A mí, cuando alguien me pregunta cómo lo llevo (en referencia a mi situación -o no situación- laboral), siempre digo lo mismo: "a días". Es normal, supongo. Cuando algo en tu vida no va todo lo bien que a ti te gustaría, pues lo gestionas como puedes. Hay momentos en los que estás positiva, optimista, y confías en que lo malo pasará y vendrán tiempos mejores; hay otros en los que sólo ves oscuridad. Por más que te empeñes, no alcanzas a vislumbrar la luz. Pues así más o menos estuve yo la semana pasada, para que me entendáis, en modo "atrapada en los pensamientos negativos".


No es lo ideal, claro está. Pero esos momentos también forman parte de la vida. Y hoy he decidido reivindicarlos desde aquí. Porque sí, porque todos tenemos derecho a estar mal, tristes, enfadados con el mundo, lo que sea. Y a decirlo, o a no decirlo. Pero a pasar por ellos sin tener que sentirte culpable por no estar contento y feliz, que parece que es lo que el mundo siempre espera.

Lo digo porque tengo la sensación de que en esta sociedad nuestra parece que está mal visto eso de encontrarse de bajón. Huimos de sentimientos como la tristeza, la soledad, el miedo, como si, por hablar de ellos tranquilamente, se nos fuera a pegar algo, nos fuéramos a contagiar de esas sensaciones que, por otra parte, son inherentes a la vida misma.

Ya sabemos que las cosas están mal, claro. Y que mucha gente sufre. Y tampoco hay que esconderlo. La realidad es que hay personas con depresión, con cuadros de ansiedad, de insomnio. Y la crisis ha multiplicado estas cifras. Hay gente angustiada porque no tiene trabajo, ni recursos, porque puede perder -o ha perdido- su casa... También hay quienes sí conservan su empleo pero viven con miedo permanente e incertidumbre por lo que pueda pasar. Y, además, hay enfermedades, problemas familiares, de pareja... en fin, todas esas situaciones con las que, por desgracia, nos toca lidiar a lo largo de la vida.

No pasa nada por hablarlo, por preguntar a alguien "cómo está" y que nos responda con sinceridad. Y ser capaces de escuchar sin salir corriendo, y de ayudar en la medida de lo posible. Un poco de empatía, por favor. No por huir del dolor, ni por esconderlo, vamos a conseguir que desaparezca.


Lo veo muy claro en el universo de las redes sociales. Son herramientas de comunicación fantásticas y llenas de posibilidades, pero también se convierten, a veces, en el paraíso de la frivolidad, la falta de pudor y el exhibicionismo de lo ideal y estupenda que es la vida de la gente. Genial. Pero qué pocas veces se ve justo lo contrario. Porque digo yo que esa gente que alardea de lo que mola todo también tendrá momentos un poco bajos, ¿no? Pero, claro, eso no es cool, eso mejor dejarlo en casa.

Si alguien te dice siempre que todo es ideal, maravilloso y estupendo, duda. Porque creo que, objetivamente y por más que nos empeñemos, la vida no es así. Sólo nos falta reconocerlo y aprender a vivir con ello.