martes, 21 de enero de 2014

¿Quién decidió que correr está de moda?

Hubo unas semanas (cuando hacía sol y no llovía, y esas cosas) en las que me daba largas caminatas por el Paseo del Arga. Pero caminatas de esas en las que vas a toda leche para tonificar glúteos, quemar calorías y justificarte a ti misma y al resto del mundo de que "has hecho deporte" y "cada día estás en mejor forma". Oye, algo es algo. Pues bien, en esas tardes de paseo me cruzaba cada día con miles (bueno, decenas) de personas corriendo. Pero corriendo de verdad. Y muy bien equipadas con sus mallicas, sus zapatillas de running y sus camisetas de la Behovia. A mí me daban envidia, la verdad, porque queman muchas más calorías que yo con mis paseos, tonifican más, y encima parecen no inmutarse. A ver, que yo sólo recuerdo haber corrido en mis años de instituto y hacía trampa en el Test de Cooper. O me paraba y respiraba, o moría. Así, sin paños calientes ni medias tintas.

Por eso veo ahora que todo el mundo (o casi todo) sale a correr y, eso, que me da envidia de la mala. Porque luego te dicen lo bien que se sienten, el subidón que les da, y yo sólo puedo pensar en el flato que se me pone si corro más de 100 metros seguidos. Es real, puro hecho empírico comprobado por mí misma. Que lo he intentado, os lo prometo, pero no hay forma de evolucionar del paseo al running.


Y esto me lleva a preguntarme quién decide que algo "esté de moda" o "se ponga de moda". Porque de verdad que a mí esta tendencia del running me mata, y no es la única.

Otro ejemplo, ¿en qué momento el pádel pasó a ser lo más? Yo hasta hace nada pensaba que era un deporte, esto, bueno... de gente un poco pija, ya me entendéis. Pero ahora resulta que si no coges una pala también estás "out", como yo. Y eso que en mi defensa diré que la única vez que he jugado, en modo autodidacta total, no di tanta pena como cabría esperar en una persona poco coordinada, como es mi caso.

Pero, vaya, que cada vez conozco a más gente que recibe clases, se apunta a torneos y se compra conjuntos monos y paleteros a juego. He asistido como espectadora a alguno de esos torneos y os aseguro que es un fenómeno digno de estudio. Porque, para colmo, cada vez juegan niños y niñas más pequeños, y lo hacen incluso mejor que muchos mayores.

Hay más modas difíciles (para mí) de entender. Y, si no me creéis, daos una vuelta por alguna tienda y seguro que os invade la misma sensación que a mí. A ver, que cada cual es muy libre de vestirse, calzarse y peinarse como quiera, pero hay estilismos incomprensibles a estas alturas de la vida.

Empezar a llevar pitillos fue duro, pero me acostumbré; los leggins supusieron un paso más, pero son tan cómodos con un vestido o un jersey largo que yo ya los tengo instalados en mi armarios; pero que ahora hayamos evolucionado (o involucionado) hacia las "mallas" (eso no son ni leggins) de flores y estampados de imposibles... por favor, que las llevaba cuando iba al instituto. Y no, entonces tampoco eran precisamente lo más favorecedor del mundo!

O esos "monos" tan poco prácticos; o los zapatos con tacones imposibles (y abiertos por delante, con ventilación aunque sea invierno y estemos bajo cero); o los peinados con un trozo de cabeza rapada (que, como dice mi peluquera, tienen "tan mal crecer"); o los bolsos "de mano", tan incómodos ellos; o los abrigos de manga "tres cuartos" (¿y el resto del brazo qué?, ¿a pasar frío?); o los triquinis; o los zapatos de punta en los hombres... No sé, hay tantas y tantas cosas tan modernas y tan poco prácticas al mismo tiempo.


Hay tendencias "raras" hasta en lo culinario. Porque ahora tienes que comer (y hacer) sushi sí o sí. Si no, es que no eres nada "cool." Pues ala, me niego, hombre. Que a mí los pescados y las carnes, por favor, previamente cocinados.

En fin, que, si alguien se ha sentido identificado, que no se ofenda. Que todo lo digo desde el cariño. Y consciente de que a muchas de estas modas que van y vienen acabamos sucumbiendo, muy a nuestros pesar, y aunque reneguemos de ellas una y mil veces. 

A la del bolso "de mano" no os digo que no; a la del running, por ahora, no lo tengo tan claro.

martes, 14 de enero de 2014

Yo no soy tonta

Que un abogado de la Infanta asegure que ella actuó "por fe y amor a su marido" y desde la absoluta confianza me parece un insulto a la inteligencia. Así de claro. Porque vaya, es como venir a decir que las mujeres somos tontas, no nos enteramos de nada y todo nos parece tan normal. No preguntamos, no nos cuestionamos, sólo "vemos, oímos y callamos". ¿Alguien se lo cree?

Digo esto porque estamos asistiendo a la estrategia de "defensa" de Doña Cristina (aquí, ante todo, a la gente se le trata con respeto) y no doy crédito ante la sucesión de despropósitos que tiene una que escuchar. Uno de los últimos, venir a decir que su declaración es "voluntaria". Sí, claro. Tan voluntaria que llega única y exclusivamente tras la imputación y porque no queda más remedio, que sí que podía haberlo hecho a petición propia y, en cambio, le pareció mejor empezar una nueva (y cómoda) vida en Suiza, ajena al ruido, a los focos y a la presión mediática.

Pero, en fin, que yo quiero pensar que no somos tontos y que esta vez no va a colar. Que todos sabemos hacernos los suecos, mirar hacia otro lado, y aquí paz y después gloria. Pero de ahí a que no supiera lo que estaba pasando va aun trecho, un trecho bastante grande, por cierto.

Porque digo yo que algo le tenía que parecer raro. A ver, pongámomos en situación. Ella, con su trabajo en la Caixa; él... pues eso, con su Instituto Nóos, su Aizoon y sus cosicas. Y de repente, de la noche a la mañana, los ingresos se multiplican y se compran un palecete en Pedralbes. Y luego, ala, a tirar de la Visa de Aizoon para celebrar fiestas, comer sushi, aprender a bailar salsa y viajar a Brasil. Pues chica, qué quieres que te diga, a mí algo ya suena raro en todo esto. Sobre todo si ella trabaja en una Caja y se mueve entre cifras y facturas a diario.

Vamos, que es como si me viene un día mi Mikel y me dice que nos vamos a vivir a Gorráiz, se me presenta con un Louis Vuitton, me invita a comer al Rodero y me regala un viaje a Japón. Y todo eso sin lotería ni primitiva de por medio. Ojiplática me quedaría; vamos, que a mí algo ya me parecería raro en todo eso. Podría hacerme la tonta (o la lista, mejor dicho) y, ala, ancha es Castilla, a vivir se ha dicho. Pero no por ello dejaría de asumir que algo raro -muy raro- está pasando. Que el dinero no se multiplica de la noche a la mañana. Ya nos gustaría a nosotros.

Así que está muy bien que los abogados busquen sus argumentos y esas cosas. Sólo faltaba. Para eso están. Pero, por favor, que no nos traten por tontos, que ya bastante tiene que aguantar el ciudadano de a pie en los tiempos que corren como para que encima jueguen con su inteligencia.

Y que conste que yo defiendo la presunción de inocencia. Por supuesto. Pero, llegados a este punto, con tanta filtración, con tanta factura sospechosa, con emails comprometidos, la única defensa posible es que la Infanta hable y se explique alto y claro. Y, si de verdad vivía en la más absoluta ignorancia, pues oye, chapó por ella, seguro que era de lo más feliz.

Pero, si se demuestra que sabía y callaba, o que era cómplice, o que había cierta connivencia, pues que asuma las consecuencias. Como hacemos los demás cuando nos equivocamos. Como el que roba para dar de comer a sus hijos y acaba en la cárcel. Con el agravante de que, en este caso, creo que necesidad, ninguna. Más bien ambición, pura y pura.

En fin, sólo espero que, en un sentido o en otro, podamos recuperar la confianza en la Justicia, que tan maltrecha anda en los últimos tiempos.


martes, 7 de enero de 2014

¿Cuál es el vuestro?

La llegada del nuevo año y el final de las Navidades suelen venir cargados de buenos propósitos. De toda clase y condición. Los más comunes, los del tipo "voy a ir al gimnasio", "voy a bajar de peso", "voy a dejar de fumar", "voy a superar mi afición a las patatas fritas" (éste va por mí) o "voy a sacar más tiempo para mi familia y mis amigos". La realidad -tan cruda ella- suele hacer que un alto porcentaje de esos compromisos que nos hacemos a nosotros mismos desde la emoción y el entusiasmo se queden por el camino. Así que a la lista habría que añadir otro deseo: "voy a tener más fuerza de voluntad".

Yo no soy muy de celebrar esto de la llegada del año nuevo como una oportunidad para enmendar errores pasados y convertirnos en personas mejores y más estupendas. Reconozco que tengo cierta tendencia a la nostalgia que me lleva a mirar más hacia atrás que hacia delante. Tiendo a recrearme en los buenos -y malos- momentos del pasado y no acostumbro a prometerme a mí misma grandes cosas que sé, de antemano, que no voy a cumplir.


Pero 2013 no ha sido un año fácil. Han sido meses de dudas, de incertidumbres,de frustraciones y de aprender a gestionar sensaciones y miedos que sí, seguro que me han hecho más fuerte, pero también me las han hecho pasar canutas, que diría mi madre.

Así que no está de más arrancar 2014 con algún buen propósito, por pequeño que sea. El primero es de esos que cuesta horrores cumplir. Porque yo también me he pasado con lo dulce y lo salado, con el roscón de nata, el cordero, las gambas, el jamón y el paté. Así que no me vendría mal ponerme manos a la obra y darle un alegrón a mi báscula, a la que tan poco visito para evitarme un disgusto. Mis pantalones y camisetas me agradecerían que bajara un poco de peso y que recuperara el buen hábito de dar largos paseos y mover un poco el culo.

Será difícil, lo sé. Aunque probablemente será más complicado aún cumplir mi otro gran propósito: aprender a vivir el momento, a ser más calmada, a ahuyentar los miedos y agobios que sobrevuelan el día a día y que, a veces, frenan y paralizan. Aprender a disfrutar el hoy, a gestionar mejor los problemas, a buscar soluciones diferentes e imaginativas, a estar cerca de las personas a las que quiero con locura, a decírselo, a ser más feliz.


Que 2014 nos traiga un poco de todo eso. Y, sobre todo, que nos haga recuperar esa esperanza que hemos ido dejando por el camino a base de malas noticias y peores perspectivas. Esperar y confiar en que todo irá a mejor nos ayudará, seguro, a que así sea. Y trabajar, por supuesto, esforzarnos por cambiar cada día lo que no nos gusta y por rozar con los dedos, y llegar a tocar, todo aquello que nos haga realmente felices.