Hubo unas semanas (cuando hacía sol y no llovía, y esas cosas) en las que me daba largas caminatas por el Paseo del Arga. Pero caminatas de esas en las que vas a toda leche para tonificar glúteos, quemar calorías y justificarte a ti misma y al resto del mundo de que "has hecho deporte" y "cada día estás en mejor forma". Oye, algo es algo. Pues bien, en esas tardes de paseo me cruzaba cada día con miles (bueno, decenas) de personas corriendo. Pero corriendo de verdad. Y muy bien equipadas con sus mallicas, sus zapatillas de running y sus camisetas de la Behovia. A mí me daban envidia, la verdad, porque queman muchas más calorías que yo con mis paseos, tonifican más, y encima parecen no inmutarse. A ver, que yo sólo recuerdo haber corrido en mis años de instituto y hacía trampa en el Test de Cooper. O me paraba y respiraba, o moría. Así, sin paños calientes ni medias tintas.
Por eso veo ahora que todo el mundo (o casi todo) sale a correr y, eso, que me da envidia de la mala. Porque luego te dicen lo bien que se sienten, el subidón que les da, y yo sólo puedo pensar en el flato que se me pone si corro más de 100 metros seguidos. Es real, puro hecho empírico comprobado por mí misma. Que lo he intentado, os lo prometo, pero no hay forma de evolucionar del paseo al running.
Y esto me lleva a preguntarme quién decide que algo "esté de moda" o "se ponga de moda". Porque de verdad que a mí esta tendencia del running me mata, y no es la única.
Otro ejemplo, ¿en qué momento el pádel pasó a ser lo más? Yo hasta hace nada pensaba que era un deporte, esto, bueno... de gente un poco pija, ya me entendéis. Pero ahora resulta que si no coges una pala también estás "out", como yo. Y eso que en mi defensa diré que la única vez que he jugado, en modo autodidacta total, no di tanta pena como cabría esperar en una persona poco coordinada, como es mi caso.
Pero, vaya, que cada vez conozco a más gente que recibe clases, se apunta a torneos y se compra conjuntos monos y paleteros a juego. He asistido como espectadora a alguno de esos torneos y os aseguro que es un fenómeno digno de estudio. Porque, para colmo, cada vez juegan niños y niñas más pequeños, y lo hacen incluso mejor que muchos mayores.
Hay más modas difíciles (para mí) de entender. Y, si no me creéis, daos una vuelta por alguna tienda y seguro que os invade la misma sensación que a mí. A ver, que cada cual es muy libre de vestirse, calzarse y peinarse como quiera, pero hay estilismos incomprensibles a estas alturas de la vida.
Empezar a llevar pitillos fue duro, pero me acostumbré; los leggins supusieron un paso más, pero son tan cómodos con un vestido o un jersey largo que yo ya los tengo instalados en mi armarios; pero que ahora hayamos evolucionado (o involucionado) hacia las "mallas" (eso no son ni leggins) de flores y estampados de imposibles... por favor, que las llevaba cuando iba al instituto. Y no, entonces tampoco eran precisamente lo más favorecedor del mundo!
O esos "monos" tan poco prácticos; o los zapatos con tacones imposibles (y abiertos por delante, con ventilación aunque sea invierno y estemos bajo cero); o los peinados con un trozo de cabeza rapada (que, como dice mi peluquera, tienen "tan mal crecer"); o los bolsos "de mano", tan incómodos ellos; o los abrigos de manga "tres cuartos" (¿y el resto del brazo qué?, ¿a pasar frío?); o los triquinis; o los zapatos de punta en los hombres... No sé, hay tantas y tantas cosas tan modernas y tan poco prácticas al mismo tiempo.
Hay tendencias "raras" hasta en lo culinario. Porque ahora tienes que comer (y hacer) sushi sí o sí. Si no, es que no eres nada "cool." Pues ala, me niego, hombre. Que a mí los pescados y las carnes, por favor, previamente cocinados.
En fin, que, si alguien se ha sentido identificado, que no se ofenda. Que todo lo digo desde el cariño. Y consciente de que a muchas de estas modas que van y vienen acabamos sucumbiendo, muy a nuestros pesar, y aunque reneguemos de ellas una y mil veces.
A la del bolso "de mano" no os digo que no; a la del running, por ahora, no lo tengo tan claro.