lunes, 23 de diciembre de 2013

Éste no es mi mejor post

Os prometo que, por más que pasen los años, me siguen emocionando -llegadas estas fechas- anuncios estilo "El Almendro vuelve a casa por Navidad". Sí, me podéis tildar de moñas, de sensiblera y de adicta al almíbar, pero de verdad que me llegan esos mensajes.

Y eso que yo nunca he sido emigrante, pero puedo entender y compartir la emoción de quienes están lejos de casa y regresan a los brazos de sus padres, hermanos, tíos, abuelos o amigos. En Navidad, o en otra época del año. Sensaciones y sentimientos que, por cierto, plasmaba muy bien el vídeo que os pongo a continuación, que seguro que visteis en su momento, pero que hoy me viene al pelo para lo que os quiero contar.


Porque sí, la Navidad está muy bien con sus belenes, sus luces, sus espumillones, sus anuncios de colonias y juguetes, los regalos, los lazos, los turrones... pero, por encima de todo, y más en los tiempos que corren, es una gran ocasión de disfrutar de quienes están con nosotros, a nuestro lado. Si tenemos la oportunidad de hacerlo. Porque estoy segura de que no todos los que han emigrado tendrán recursos o capacidad de regresar a casa, y pasarán las Navidades alejados de su casa y de su tierra. Y porque, sí, todos tenemos grandes ausencias y vacíos que se acentúan en estas fechas.

Así que mi mensaje es claro: disfrutemos de lo que tenemos ahora que podemos. Que no nos queden abrazos por dar, ni Navidades por felicitar, ni palabras en el tintero. Porque no sabemos lo que la vida nos depara.

Feliz Navidad, y Feliz 2014

martes, 17 de diciembre de 2013

El hambre es un crimen

Todavía me dura el mal cuerpo que este fin de semana me dejó la noticia de la muerte de tres miembros de una familia de Alcalá de Guadaíra, según las primeras hipótesis, intoxicadas tras el consumo de alimentos en mal estado. La investigación apunta ahora a que la comida fue adquirida en buen estado, y que algo ocurrió en el domicilio que provocó su posterior contaminación. Parece descartarse la hipótesis inicial de que fuera recogida en contenedores o en la calle, como se apuntó en un primer momento. Lo cual no oculta, sin duda, una realidad que desde hace meses es visible en nuestros pueblos y ciudades, la de personas que hurgan entre la basura buscando restos de comida. Es una realidad cruda, dura, desoladora, y muchos otros adjetivos que prefiero ahorrarme por educación, pero que debería sacar los colores a éste nuestro Estado del Bienestar.

Hace sólo unas semanas asistimos a una nueva Gran Recogida del Banco de Alimentos. Superó todas las expectativas y evidenció que, por suerte, la generosidad y la solidaridad de los ciudadanos, incluso de aquellos que no andan precisamente sobrados, es infinita y digna de reconocimiento. Porque, una vez más, somos nosotros, los ciudadanos de a pie, las "clases medias", quienes asumimos y gestionamos algunas de esas situaciones profundamente injustas y devastadoras que la crisis ha dejado a nuestro alrededor y en nuestras propias casas.


Yo contribuí a la Gran Recogida con mi madre, cada una cargada con su bolsa de productos no perecederos y la ilusión de poder ayudar a alguien con un gesto a priori tan pequeño pero tan grande al mismo tiempo. Mi madre me contaba que, como por desgracia pasó hambre de pequeña y también recibió ayuda, le gusta poner su grano de arena, como otros lo hicieron por ella en el pasado. En ese pasado no tan lejano, pero sí muy distinto a nuestro presente. Y, sin embargo, retazos de aquellos años de penurias regresan ahora para recordarnos que ese Estado del Bienestar no era ni tan seguro ni tan cómodo como nos querían hacer creer.

El país vuelve a estar invisiblemente dividido entre quienes andan sobrados, quienes van tirando como pueden, y quienes pasan hambre, rebuscan en la basura y sufren para mantener un techo que les cobije. A más de uno se le debería caer la cara de vergüenza. Como al señor Blesa y sus encargos de caviar mientras arruinaba a miles de personas con las preferentes de Caja Madrid. Por poner un ejemplo reciente, vaya.


Esos mismos días de enorme trabajo para el Banco de Alimentos, la Gran Recogida compartía espacio en los supermercados con los productos navideños, los turrones, los ibéricos, los patés, los licores, que presidirán muchas mesas durante las próximas navidades. A mí la situación -os lo aseguro- me produjo cierto malestar. Enormes palets de arroz, pasta, galletas y otros productos de primera necesidad desafiaban a los delicatessen y a los caprichos gastronómicos que, probablemente, dejarán más de una cartera temblando en las próximas semanas.

Buena metáfora de esa España de realidades antagónicas a las que nos está llevando esta crisis sin fin. Sólo espero que la brecha no llegue a ser tan grande que se convierta en insalvable. 

martes, 10 de diciembre de 2013

Escribo hoy, por si no hubiera mañana

Supongo que vivir es aprender a alternar con el miedo; que, como dice la canción de Vetusta Morla, "tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder"; que, mientras haya personas que nos importen, tendremos razones suficientes para levantarnos cada mañana. Lo contrario, aunque nos exima del miedo a perder, tampoco ofrece una perspectiva demasiado alentadora, ¿no os parece?

En fin, que no pretendo ponerme filosófica. Es sólo que, de vez en cuando, la vida te enfrenta a realidades de las que duelen de verdad, de las que convierten en minucias cualquiera de nuestros problemas y preocupaciones del día a día. 


Hace unos días falleció la madre de una buena amiga y compañera de trabajo durante unos cuantos años (y de risas, y llantos, y confesiones, y confidencias). Estaba enferma, así que supongo que era una noticia esperada, aunque no por ello menos dolorosa. Es, sin duda, uno de esos momentos en la vida en los que faltan las palabras, porque nada que podamos decir puede calmar el dolor de la pérdida más irreparable. A mí se me encoge el alma sólo de pensarlo. No puedo ni imaginar la angustia, el vacío, que tiene que dejar la ausencia de un ser querido, un padre, una madre, una hermana, tu pareja, tu mejor amiga. Son huecos que, por más que nos empeñemos, nunca serán cubiertos. Como mucho, supongo, se aprenderá a sobrellevar la pérdida, a convivir con ella, pero estoy segura de que el vacío seguirá ahí, día tras día.

Sin embargo, son hechos como éste los que, tristemente, a menudo nos dan un bofetón en toda la cara y nos despiertan de golpe y porrazo. Nos recuerdan lo frágiles y vulnerables que somos, lo efímeras que son todas las comodidades que nos rodean. Lo que importa, lo que de verdad importa, es aprender a vivir el hoy como si no hubiera un mañana; es disfrutar de lo que tenemos y, sobre todo, de a quiénes tenemos a nuestro alrededor, antes de que la vida (o la muerte, en este caso) nos separe de ellos irremediablemente.

El otro día me llegaba a través de Twitter un post muy curioso, el de una enfermera que había convivido con enfermos terminales durante mucho tiempo (aquí). Había compartido con ellos sus angustias y, sobre todo, sus anhelos. Qué no hice, a quién dejé por el camino, qué sueños no cumplí. Y hay patrones que se repiten una y otra vez: ojalá hubiera sido realmente fiel a mí mismo, ojalá hubiera expresado mis sentimientos, ojalá me hubiera permitido ser más feliz.
No esperemos a que llegue ese momento para echar la vista atrás y lamentarnos por lo que no hicimos, no dijimos o no sentimos. A menudo estamos tan pendientes de agradar, de ser correctos y educados, de no lastimar a nadie, de no salirnos del camino trazado, que nos olvidamos de ser nosotros mismos. Y, por desgracia, a veces, cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde.

Una dosis de miedo es buena y necesaria para la vida. Pero que no nos paralice. Al contrario. Que nos recuerde cada día que nos sobran los motivos para seguir hacia delante aun cuando vienen mal dadas. Y que merece la pena ser uno mismo y luchar por nuestros sueños. Para que un día no miremos atrás y nos demos cuenta de lo que quisimos ser y nunca fuimos. 

domingo, 1 de diciembre de 2013

Palabras (o significados) que hacen daño

Os aviso de que este post puede herir sensibilidades. O provocar la risa. O el llanto. No sé. La cosa es que, cuando leí la noticia que lo inspira, las sensaciones fueron encontradas. El tema se las trae. Es gracioso, sí, y curioso, pero dice poco de la contribución de las Letras españolas (así, con mayúsculas) a la igualdad entre hombres y mujeres.

Me explico. La semana pasada -el 25 de noviembre- celebramos el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Sobran los comentarios porque, no sólo como mujer, como persona, me horroriza cualquier tipo de violencia y, por supuesto, aquella que, lamentablemente, siguen ejerciendo a día de hoy muchos hombres sobre muchas mujeres, sin lógica, sin sentido y, desde luego, sin justificación. Supongo que como eco de un pasado profundamente machista, de sociedades patriarcales y de sometimientos y servidumbres a los que se ha visto sometido el género femenino durante demasiado tiempo.
Pero no vengo a hablar de esto. Hoy sólo vengo a comentar esa noticia a la que aludía al inicio y que se enmarcó en la conmemoración del 25 de noviembre. Quizá algunos ya tuvisteis la ocasión de leerla. Se titula "Menos sexismo en el nuevo diccionario" y fue publicada por el diario El País (aquí). Es, a grandes rasgos, un reflejo de lo que todavía -sí, en pleno año 2013- podemos encontrar en el diccionario de la RAE, acepciones y definiciones machistas y retrógradas. Ojo, tomo prestados algunos ejemplos, para que os hagáis una idea:
  • Gozar. Conocer carnalmente a una mujer.
  • Cocinilla. Hombre que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que no son de su incumbencia.
  • Femenino. Débil, endeble.
  • Masculino. Varonil, enérgico.
  • Padre. Varón o macho que ha engendrado. / Cabeza de una descendencia, familia o pueblo. / Padre de familia: jefe de una familia aunque no tenga hijos.
  • Madre. Hembra que ha parido. / Madre de familia: mujer casada o viuda, cabeza de su casa.
¿Qué me decís?, ¿cómo os quedáis? En fin, creo que sobran los comentarios. Pero la realidad es que estas acepciones figuran a día de hoy en el Diccionario de la Real Academia Española. La buena noticia es que algunas de ellas (o todas, por favor) serán modificadas en la nueva edición que se publicará a finales de 2014.

Pero, mientras llega ese momento, ahí siguen, alentando las desigualdades y las diferencias de género en pleno siglo XXI, perpetuando estereotipos machistas que tendrían que estar más que superados. Y en un diccionario. Cuando, precisamente, entiendo que la educación juega un papel esencial a la hora de equiparar géneros. No puedo comprender que comportamientos y actitudes machistas sigan presentes en las nuevas generaciones. Algo estamos haciendo mal si sigue siendo así, y, desde luego, sólo aprendiendo desde pequeños que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, las mismas libertades y obligaciones, podremos conseguir algo.
No me considero especialmente feminista. Como ya escribí en otro post (aquí), ni machismo, ni sexismo ni feminismo. Sólo igualdad. Creo que es cuestión de dignidad y de justicia social.

Así que, por favor, señores de la RAE (digo señores porque la lista de mujeres en este órgano es más bien escasa, y se nota), modernícense un poco, váyanse adaptando a los nuevos tiempos. Creo que ya es hora.

lunes, 25 de noviembre de 2013

De quienes se benefician del sufrimiento ajeno

Buscar trabajo es una tarea ardua, complicada y, por desgracia, profundamente ingrata en los tiempos que corren. Es cuestión de llamar a muchas puertas, ventanas y agujeros si hace falta. Y, aún así, hay que aprender a manejarse con la frustración y el desencanto de recibir un "no" tras otro. A la autoestima tanta negativa le pasa factura, claro está, pero no queda otra que sobreponerse y seguir adelante con la única esperanza de que esto cambie y en algún momento suene la flauta. Con tesón, con esfuerzo, con trabajo y, sí, con ánimo, aunque flaquee de vez en cuando.

Las situaciones personales son tan variadas que es complicado, por no decir imposible, dibujar un mapa del desempleo. Hay hogares con todos sus miembros en paro, hay muchas personas cobijadas bajo la pensión de sus padres o abuelos, hay apuros para pagar hipotecas y facturas, hay números rojos y hay apreturas, muchas apreturas, cuando además el tiempo pasa y las prestaciones se agotan. Es un drama vital y social de terribles magnitudes. Un drama con un enorme coste personal, que te mina y te merma poco a poco.



Por eso, porque son situaciones dramáticas, me cuesta mucho entender cómo hay tanto aprovechado y tan poca falta de escrúpulos. El otro día leía en prensa un informe de la Asociación FACUA-Consumidores en Acción, un informe (aquí) que recopilaba las ofertas de trabajo fraudulentas más comunes. Casi todas llevan aparejado el necesario desembolso económico de unos cuantos euros por parte del interesado: bien en trámites, en llamadas de tarificación adicional o en la contratación de otros servicios. Por no hablar de los negocios piramidales, los falsos mediadores o los empleos no remunerados. Vamos, una vergüenza.

Así, de entrada, seguro que muchos pensáis que no caeríais en la trampa, que sabríais distinguir una oferta seria de un timo. Pero, por desgracia, la desesperación es muy mala, y, cuando no hay salida, uno se aferra a lo que sea, a cualquier cosa, y confía, y le engañan. 

La falta de escrúpulos de quienes se esconden detrás de esas estafas es evidente. Hacer dinero a costa de la desesperación ajena no sólo me parece profundamente inmoral, sino que, además, debería ser perseguido, penado y castigado. Porque no todo vale y porque ya bastante penosa es la situación del desempleo como para encima ser objeto de timos y engaños.

No todo son prácticas ilegales, claro está. Pero a veces uno lee ofertas de trabajo supuestamente serias y respetables ante las que no sabe si reír o llorar. Porque ahora para muchos puestos sólo les falta pedir latín. Y porque, para otros, las condiciones laborales rozan la explotación. No se trata de exigir imposibles, se trata de reclamar una mínima dignidad. 



Mucho minijob, mucho contrato autónomo con beneficios económicos dudosos, mucha flexibilidad, disponibilidad total, y así estamos. Cuando uno está desesperado todo le parece bien, claro. Pero no estaría de más pararnos y pensar un poco a dónde hemos llegado.

Porque la crisis está provocando que muchos de los logros y de las conquistas sociales que tanto ha costado alcanzar se estén quedando por el camino. Y porque no es justo ni moral ni aceptable convertir el sufrimiento ajeno en un auténtico negocio.

martes, 12 de noviembre de 2013

Yo blogueo, ellas bloguean

Hace ya seis meses que inauguré este blog y, en todo este tiempo, se ha ido haciendo con una audiencia pequeña pero fiel. Es, por ahora, lo más cercano para mí a una de esas experiencias vitales del tipo "plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo". Os aseguro que yo mimo, cuido y alimento mi blog como mi pequeño espacio en el mundo que es. Una mirada modesta y humilde a las realidades -mejores y peores- que nos rodean. Como os podréis imaginar, nació sin ninguna pretensión. Sólo la de canalizar mi gusto por la escritura y ser un vehículo de todas esas emociones, sensaciones, sentimientos, reflexiones... que a una le pasan por la cabeza y que muchas veces se quedan en el tintero. 

Para mí también tiene algo de impúdico, de exhibicionista. No sé si he escogido bien las palabras. La cuestión es que yo soy terriblemente pudorosa para exponer ciertas partes de mí (no me seáis mal pensados), y este blog ha sido un reto personal a la hora de mostrarme tal y como soy, de superar vergüenzas y recelos. 

Y eso que el pudor, creo, no abunda en muchos de los blogs que circulan por la red, y que sí han hecho de la actividad frente al ordenador un auténtico negocio y un modo de vida. Hoy no vengo a hablar de mí, no os asustéis; vengo a hablar de otras personas que sí hablan de sí mismas. Sin acritud, qué conste. Sólo como ejemplo de un fenómeno cada vez más extendido a través de internet: el fenómeno de las (y los) egobloggers.


¿Sabéis de qué hablo? De aquellas personas que han construido un blog en torno a sí mismas. Estoy pensando especialmente en el mundo de la moda. Es el ejemplo más claro. No sé exactamente cuándo ni dónde nacieron, pero hoy en día proliferan las bitácoras en las que se exhiben modelitos, conjuntos, sugerencias... Hay famosas, como la actriz Paula Echeverría, pero, sobre todo, hay mucha gente anónima tocada por una barita mágica y que ha hecho de una actividad tan aparentemente sencilla como enseñar su armario por capítulos, su modo de vida.

Lo hacen, por su puesto, bajo el paraguas de algunas marcas. Porque no todo es casual en esta vida, no siempre recomiendan ciertas firmas, ciertos productos, sólo porque les gusten y les vayan bien. Lo hacen porque están "patrocinadas", porque son las (y los, que también hay hombres en este mercado) auténticas prescriptoras del siglo XXI. 

No está mal. Supongo que, si hay oferta, es porque cada vez hay más demanda. Porque ni la televisión ni las revistas son suficientes; ahora las tendencias se cuecen en los blogs, y es ahí donde podemos encontrar ideas y sugerencias para el día a día. Si te interesa el tema, claro.

Yo sigo algunos de estos blogs más por interés profesional que por un afán de imitar sus estilismos. Y veo, a menudo, un exceso de ego que me chirría un poco. Porque ya el protagonismo no está en la ropa, ni en los zapatos, ni en bolsos, si no en ese afán por ser "alguien", por tener un nombre, por cobrar protagonismo.

Observo, además, una frivolidad y un gusto por lo superfluo que choca un poco con la realidad que nos rodea. Mucho glamour, mucho viaje, mucha firma cara, que, seamos realistas, poca, muy poca gente se puede permitir en los tiempos que corren. Quizá haya quien observe esas vidas como el ideal de lo que le gustaría tener y no tiene. Lo que anhelamos pero no alcanzamos. No lo sé.

Y, por último, se aprecia cierto gusto por el exhibicionismo. Hace unas pocas semanas estrenó blog Sara Carbonero para la revista Elle ("Cuando nadie me ve"). Tengo que confesar que me sorprendió. Es alguien que, a priori, trata de preservar al máximo su privacidad. Y, de la noche a la mañana, habla de los restaurantes a los que va, de cómo es su mesilla de noche, o de sus prendas fetiche. ¿Lo hace por dinero? Por necesidad, desde luego, no creo... Las marcas estarán encantadas porque, como buena it girl que es, todo lo que toca se convierte en oro. Ahora, ¿y la intimidad que tanto defiende?

En fin, ahí lo dejo. Sobra decir que, si eso es lo que os gusta, no lo vais encontrar por estos lares. Entre otras cosas, porque no creo que ni mi vida ni mis estilismos sean de interés para nadie. Aunque está claro que, por este camino, no creo que ninguna firma me patrocine.

martes, 5 de noviembre de 2013

No estoy hecha para este mundo

¿Visteis hace unos días el vídeo de un bebé que lloraba emocionado al escuchar a su madre cantar? A mí me encantó. No soy muy dada a navegar por YouTube, y menos aún a dar pábulo a los padres que se dedican a grabar todo lo que hacen sus hijos con la esperanza de encontrar algo que merezca la pena compartir en las redes sociales (¡he dicho!), pero lo vi en un periódico digital primero y en un informativo de televisión después y  me pareció curioso, de verdad que sí. Porque observar los gestos y las expresiones de esta niña de sólo diez meses como que te llega, te transmite.

También os digo que, si sigue así, esta pobre mujer está llamada a convertirse en una sufridora nata. Y lo digo por experiencia. Porque yo soy una llorona, a mí todo me conmueve, con todo empatizo. Y, claro, así me va. Se me puede caer la lágrima viendo un informativo, en el cine, con una canción o cuando alguien me cuenta sus penas. Y es duro, os lo prometo. Porque yo tengo muy claro que el mundo no está hecho para la gente sensible. Es así.


Basta con leer la prensa o ver un informativo. Las noticias trágicas se suceden una tras otra. Mineros que fallecen por escapes de gas, accidentes de tráfico, periodistas asesinados en Malí, mujeres víctimas de la violencia de género, atentados terroristas, inmigrantes que pierden la vida en el mar, desahuciados... En fin, no hace falta que siga, ¿no? Creo que sabéis perfectamente a lo que me refiero.

Me pregunto si, ante tanto drama vital, tendemos a anestesiarnos. Si, de alguna forma, nos volvemos inmunes ante el dolor ajeno. Si pensamos eso de "ya tengo bastante con lo mío, como para mirar más allá". La cuestión es que, como ya comentaba en otro post, contemplar el mundo que nos rodea produce auténtico pavor. Y no creo que podamos ni debamos hacer como si nada.

Sobre todo porque tengo la plena convicción de que muchos de esos dramas que nos sacuden a diario son evitables. Hay accidentes sobrevenidos, sí, pero también hay muchos tipos de violencia que podríamos combatir desde la educación, el respeto y la tolerancia (ojo a los conflictos religiosos, a las luchas fratricidas entre pueblos), y hay penurias económicas contra las que luchar desde un reparto más justo y equitativo de los recursos. 

Creo que puedo sonar utópica y hasta demagógica. Probablemente. Pero no me resigno a cerrar los ojos a todo el dolor y al sufrimiento que nos rodea, por duro que sea. Ocurre aquí al lado, cerca de nuestra casa. No creáis que hay que irse muy lejos.
Lo fácil para huir del dolor ajeno es caer en el egoísmo y encerrarse en los problemas propios (que haberlos, haylos), cerrando los ojos al resto. Pero, ¿y si todos hacemos lo mismo?, ¿hacia dónde vamos? La respuesta asusta. Sólo sé que no vale hacer como si nada.

martes, 29 de octubre de 2013

¿Y si todo vale?

¿Qué serías capaz de hacer para proteger a tu familia y a tus seres queridos?, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar?, ¿te lo has planteado alguna vez? Supongo que es complicado delimitar las fronteras hasta que no te ves en una situación límite. Supongo que, llegado el caso, aquello que separa lo bueno de lo malo, lo ético de lo inmoral, se difumina, se vuelve más fino, más frágil.

No penséis que me he vuelto loca de repente. Es que hace unos días estuve viendo en el cine "Prisioneros", una película que ahonda precisamente en los límites físicos y morales de un hombre que se enfrenta a la peor de sus pesadillas: la desaparición de su hija pequeña. Presionado por su esposa y receloso de la actuación policial, decide investigar por su cuenta. Y esa investigación va a poner contra las cuerdas la frontera entre lo moral y lo inmoral, lo que está bien y lo que está mal, de la que hablaba antes. No os cuento más. Sólo os digo que la película es capaz de crear un clima tan oscuro e inquietante que te altera y te sacude por momentos. Creo sinceramente que merece la pena el esfuerzo. Si, como es mi caso, soléis empatizar con este tipo de historias, lo pasaréis un poco mal. Pero de vez en cuando no está de más pararse y pensar... ¿qué haría yo si estuviera en su piel?
Hablamos de una película, sí. Pero, por desgracia, la realidad supera con creces la ficción. Y los periódicos y los informativos están plagados de historias de esas que te ponen la piel de gallina: secuestros, desapariciones, asesinatos. Imagínate que le ocurre a uno de los tuyos. Y que tienes la oportunidad de ejercer la justicia por tu cuenta. 

No sé si me entendéis. Yo veo a veces a los padres de Marta del Castillo y pienso en el sufrimiento y la angustia que tienen que estar pasando. Por la pérdida de su hija, por no haber encontrado aún su cuerpo, y porque el asesino y sus cómplices parecen haber hecho del caso un macabro espectáculo en el que todos mienten y nadie parece mostrar, si quiera, un mínimo de compasión. Miguel Carcaño podría estar en la calle en unos pocos años. Imagínate que la madre o el padre de Marta se lo encuentran en la calle, en un bar, en una tienda. Qué pueden sentir, de qué pueden ser capaces.

¿Recordáis la historia de María del Carmen García? En el año 2005 mató al violador de su hija cuando lo vio en un bar. Disfrutaba de un permiso penitenciario. La violación se había producido en el año 1998, cuando la niña tenía trece años. No se habían dictado medidas de alejamiento que impidieran el encuentro entre la víctima y su familia, y el violador. Y ese encuentro se produjo. Y él le preguntó qué tal estaba su hija. Y ella se volvió loca. María del Carmen tendría que haber ingresado ya en prisión, pero se están recogiendo firmas para pedir su indulto. Todo apunta a que la violación de su hija afectó de forma significativa a su salud mental.

¿Es argumento suficiente para justificar una muerte? Claro que no. Asumir que todo vale y que esos padres tienen el derecho de tomarse la justicia por su cuenta no soluciona nada. Está claro. Creo que la historia ha demostrado una y otra vez que el ojo por ojo sólo genera mas odio, más violencia, más dolor. 

Y, aún así, seguro que muchos de vosotros entendéis la angustia de esos padres. Y hasta podéis justificar sus actos.

También os digo que yo no sé cómo actuaría ante una situación así. Y eso es precisamente lo que plantea la película de la que os hablaba al inicio. Creo que, sólo si te ves ante un dilema de tal magnitud, podrías saber cómo actuar.

Lo que es evidente es que en esta vida todos podemos ser prisioneros de algún modo. Literal y figuradamente. No sólo hay prisiones de cuatro paredes. Hay encierros que nos atrapan en la angustia, en la pérdida, en el dolor. Encierros de los que, a veces, nos podemos salir. Encierros que nos impiden seguir hacia delante.

martes, 22 de octubre de 2013

Feminismo, sexismo y otros "ismos"

Hace bastante tiempo que no leo el diario As en papel. Pero, si no ha cambiado, recuerdo que solían incluir en la contraportada una foto de una mujer divina y estupenda así como ligera de ropa. Os aseguro que, al menos en la versión online, no escatiman en fotos de "chicas As". Supongo que habrá redactoras, fotógrafas o secretarias trabajando en el periódico, y me pregunto si les hará gracia o no que el rotativo, que además pertenece a un grupo de comunicación de corte progresista, abunde en tópicos sexistas. Desde luego, a mí, como lectora ocasional, no me gusta. No me gusta nada.

Supongo que parten de la premisa de que los lectores de prensa deportiva son, sobre todo, hombres heterosexuales. Así que la idea de incluir fotos de mujeres en paños menores les ha debido de parecer un gancho estupendo. Nada original, pero estupendo. 

Que conste que a mí esto siempre me ha parecido de lo más sexista. Yo soy mujer. Y me gusta el deporte. Y también puedo leer el As o el Marca sin esperar que incluyan a hombres semi desnudos (más allá de futbolistas, tenistas o atletas en plena acción) como atractivo. Y puedo ver un partido de baloncesto y prescindir de los momentos "cheerleaders" que, dicho sea de paso, me parecen de lo más anacrónicos. ¿No hemos avanzado nada?
Está claro que es complicado marcar los límites de lo que se puede considerar o no sexista. Hago esta reflexión porque hace unos días unas activistas de Femen (un grupo feminista que nació en Ucrania) irrumpieron en el Congreso enseñando sus pechos como señal de protesta contra la reforma de la ley del aborto. Al margen del motivo de su protesta (que da para otro post), a mí las formas no me gustaron. Porque, como mujer, me chirría ese uso de la anatomía femenina para llamar la atención de los diputados, de los medios de comunicación y de la sociedad en su conjunto. Está claro que la protesta fue efectiva porque captó el interés de la opinión pública, pero, ¿era necesario hacerlo de ese modo?

Desde Femen han convertido las protestas en topless en su principal seña de identidad. Sus reivindicaciones incluyen temas como el turismo sexual, el aborto, las instituciones religiosas y todas aquellas cuestiones sociales que afecten de un modo u otro a los derechos de la mujer.

No obstante, el uso de la desnudez como reclamo no es nuevo. Organizaciones como PETA o AnimaNaturalis, por ejemplo, han recurrido a ella para defender los derechos de los animales. Aquí mismo, en Pamplona, vemos protestas año tras año contra los encierros y las corridas de toros. Sólo que el matiz en estos casos es distinto.
Porque a mí, que las mujeres utilicen su cuerpo como arma para denunciar comportamientos sexistas o que atenten contra sus propios derechos, no me parece lo mejor. Ya lo siento. Por muy vistoso y llamativo que sea, creo que no hacen sino perpetuar estereotipos machistas y retrógrados. Y representan todo aquello contra lo que han luchado muchas mujeres durante mucho tiempo.

Esto es. Que somos algo más que un cuerpo y una cara. Que estamos preparadas, formadas y capacitadas, que estudiamos, trabajamos, dirigimos, organizamos. Y que defendemos la igualdad. Hay ciertos "ismos" que deberían ser cosa del pasado. Ni feminismo ni machismo ni sexismo, igualdad, a secas. Mismos derechos, mismos deberes.

Y que conste que lo digo desde una mentalidad abierta. Que no hay ni pudor ni conservadurismo en mis palabras. Sólo el deseo de hacernos valer. Por lo que somos; y no por cómo somos.

martes, 15 de octubre de 2013

My teacher is rich

Ayer empecé la semana con un buen madrugón. Uno de esos que te dejan el cuerpo medio triste para el resto del día. Y lo peor de todo es que no sirvió para nada. Me explico. Este año he tenido mi pelea particular con la Escuela Oficial de Idiomas para hacerme con una de sus codiciadas plazas de inglés. Y ayer tocaba nuevo intento: madrugar, coger número, y rezar para que quedara alguna vacante que llevara mi nombre. Pero no hubo suerte. Al menos, no por ahora. Así que seguiré entregada a mi curso del Servicio Navarro de Empleo. Algo es algo, menos da un piedra.

Mi lucha con el inglés se remonta al origen de los tiempos. No ha sido la mía la generación del bilingüismo, todo hay que decirlo. Yo empecé a estudiar en el colegio en clases puramente gramaticales, dos horas por semana. Me harté del estilo indirecto, los verbos irregulares, las preposiciones y todo lo demás. Nunca en mi vida escolar recibí una clase íntegramente en inglés. Así que es normal que la teoría la supiéramos pero la práctica nos diera pavor. Porque desde luego a mí jamás me enseñaron a tener una conversación ni a manejar recursos con cierta soltura.
Digo esto porque todavía colea el famoso "relaxing café con leche in Plaza Mayor". Vergüenza es poco. Menudo ejemplo dimos al mundo. Que digo yo que, si ostentas un cargo de representación pública, lo mínimo que se espera de ti es que tengas ciertas habilidades, ciertos conocimientos, ciertas destrezas... No sé, algo. Aunque también es verdad que si Ana Botella ha aprendido de su señor esposo, lo tenemos crudo. Supongo que aún estarán "trabajando en ello".

Aún así, y sin que sirva de justificación (eso por supuesto), hay que reconocer que el sistema educativo español no ha favorecido -al menos hasta hace unos años- ni el bilingüismo ni el manejo de otros idiomas. 

Todavía recuerdo a mi profesora de inglés del instituto, tan maja ella, tan entrañable, pero con una pronunciación que nada tenía que envidiar a la de la mismísima Ana Botella. Su única preocupación era que no usáramos demasiado tippex en los ejercicios porque -y cito palabras textuales- luego "le pesaban demasiado los exámenes" con las capas y capas de corrector que empleábamos. En fin. Sin comentarios.

En la universidad la cosa no mejoró. El inglés sólo lo veías de perfil si lo elegías como asignatura optativa, o de libre elección, algún semestre, pero tampoco era nada del otro mundo. Vamos, nada que luego te fuera a solucionar la vida laboral. Así que te tenías que buscar la vida por tu cuenta. Si tenías suerte, en la Escuela Oficial de Idiomas. Si tenías dinero, en una academia privada.

La cosa es que una terminaba la carrera tan contenta con su título bajo el brazo y con un inglés macarrónico que dejaba mucho que desear. En mi caso, como además apenas me ha hecho falta en mi trabajo, pues siempre estaba ahí, en el limbo, como la gran asignatura pendiente por mejorar y perfeccionar.
Sobra decir que estamos a la cola de Europa. Que en muchos otros países el inglés es tan importante como el idioma oficial. Los niños lo aprenden desde pequeños e incluso pueden practicar viendo la televisión. Porque fuera de nuestras fronteras sí que están extendidos los programas, cines, series... en versión original. Y es una gozada. Yo todavía no he conseguido despegarme de los subtítulos en castellano, pero es verdad que -a fuerza de ver series y películas en inglés- el oído se te hace al idioma, y enriqueces pronunciación y vocabulario.

En fin, que mi post de hoy es más terapéutico que otra cosa. Para desengrasar un poco de temas profundos. Así, de paso, comparto mi frustración, porque seguro que más de uno me entendéis perfectamente. 

Que conste que no tiro la toalla. Sigo trabajando día a día para superar el miedo, el bloqueo, las dudas. Yo creo que como siempre nos hemos sabido peores que otros en esto del manejo de idiomas, hemos terminado por creérnoslo. Y si encima uno ve nuestra representación ante el mundo, pues sí, como que se te cae el alma a los pies. Como diría mi madre.

martes, 8 de octubre de 2013

Cuando mirar al mundo asusta (y mucho)

Dos noticias me han dejado muda (y mirad que eso es difícil) en los últimos días. La más reciente, el trágico accidente en Lampedusa del barco en el que viajaban 500 inmigrantes. Sólo se ha rescatado con vida a 150 de ellos. Un horror. Una nueva sacudida a la Europa del confort que, a pesar de la crisis y la recesión, sigue siendo el sueño de miles y miles de personas -africanas en este caso-, que buscaban un futuro mejor para ellas y para sus hijos. Una vergüenza, como dijo el Papa Francisco. Una vergüenza y un fracaso, sin duda, de las políticas migratorias. Porque no sólo en Italia, sino también aquí en España sabemos muy bien de dramas de este tipo, de inmigrantes que se dejan los sueños y la vida en el mar.

La otra noticia que me tiene impactada es la violenta muerte de la pequeña Asunta en Teo, A Coruña. Creo que no hace falta que os dé más datos porque el caso se ha convertido, sin duda, en uno de las más mediáticos de los últimos tiempos. No sé si por puro morbo o por el horror que puede suponer el que unos padres se conviertan en presuntos asesinos -con absoluta premeditación- de su propia hija.

Si es que ha sido así, claro. Todo parece a simple vista tan claro, tan evidente, que a buen seguro muchos de vosotros ya habéis juzgado y condenado a Rosario Porto y Alfonso Basterra. Confieso que yo lo he hecho. Supongo que es inevitable. Al menos si lees la prensa, escuchas la radio y ves la televisión. Todo apunta a ellos, por mucho que se declaren inocentes. Pero a veces me asalta la duda. ¿Y si hubiera algo más o alguien más que se nos escapa?


Me viene a la mente estos días el caso de Rocío Wanninkhof, la joven asesinada hace 14 años. Dolores Vázquez fue juzgada y condenada por la Justicia y por la opinión pública, por mucho que ella insistiera una y otra vez en su inocencia. Y hoy seguiría cumpliendo condena en la cárcel si no hubiera aparecido el verdadero verdugo de la joven. La mujer fue puesta en libertad, pero puedo suponer que es complicado, por no decir imposible, rehacer tu vida en el mismo país que te ha visto durante años como una asesina fría y calculadora. Hoy, al parecer, Dolores vive en un pueblo cercano a Londres. La huella del caso de Rocío Wanninkhof la ha dejado marcada de por vida.

¿Por qué recuerdo esto? Porque no dejo de pensar -desde la "deformación" profesional que da el periodismo- si se está respetando en los medios la presunción de inocencia de los padres de Asunta. Si no es cierto que a su madre ya la vemos como a una persona fría, psicótica, posible asesina de su hija, que ya la intentó matar en el pasado, y que incluso podría estar involucrada en la muerte de sus padres. Ahí es nada. Si esto se demuestra, por supuesto, que la Justicia sea firme y ejemplificadora. Con ella y con su ex marido. Pero, ¿y si no es así?

La respuesta asusta. Porque está claro que esas personas quedarían marcadas de por vida y el horror les acompañaría siempre, y en cada lugar, fueran donde fueran. Porque la opinión pública ya ha emitido su veredicto. Y ése es muy difícil de borrar. 


No quiero obviar tampoco el trato morboso y sensacionalista que la noticia ha recibido y sigue recibiendo en algunos medios de comunicación, en informativos, programas de entretenimiento y tertulias. Ver a los colaboradores de Sálvame hablar del caso de Asunta como si tuviera datos objetivos me pone los pelos como escarpias. Y asistir a cómo algunos hablan sobre hipótesis y conjeturas sin base científica ni pruebas, también.

Porque el periodismo, desde luego, no es eso. No es ni opinión ni suposición. Es información, objetiva y demostrable. Y también es presunción de inocencia.

No vengo hoy aquí a dar lecciones a nadie, por supuesto. No soy quién para hacerlo. Pero sí os invito a ser más críticos. A practicar más a menudo el sano ejercicio de pararse y reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor, sobre las cosas que nos cuentan y cómo las cuentan. Y a no juzgar de antemano. Ese ejercicio, el de no prejuzgar, tan útil en nuestra vida cotidiana, es igualmente necesario desde la posición de lectores, oyentes o espectadores.

martes, 1 de octubre de 2013

Reivindicando el derecho a la pataleta

La semana pasada tuve unos cuantos días de mierda. De esos en los que estás como mal. Y yo, cuando estoy triste, o desanimada, o lo que sea, me encierro en mí misma y me pongo insoportable. Lo peor es que soy perfectamente consciente porque no me aguanto ni yo, pero tampoco puedo hacer nada por remediarlo, sólo esperar a que amaine la tormenta. Y es una pena, la verdad. Porque ya me gustaría a mí estar bien y contenta la mayor parte del tiempo.

Pero no siempre se puede, ¿no os parece? A mí, cuando alguien me pregunta cómo lo llevo (en referencia a mi situación -o no situación- laboral), siempre digo lo mismo: "a días". Es normal, supongo. Cuando algo en tu vida no va todo lo bien que a ti te gustaría, pues lo gestionas como puedes. Hay momentos en los que estás positiva, optimista, y confías en que lo malo pasará y vendrán tiempos mejores; hay otros en los que sólo ves oscuridad. Por más que te empeñes, no alcanzas a vislumbrar la luz. Pues así más o menos estuve yo la semana pasada, para que me entendáis, en modo "atrapada en los pensamientos negativos".


No es lo ideal, claro está. Pero esos momentos también forman parte de la vida. Y hoy he decidido reivindicarlos desde aquí. Porque sí, porque todos tenemos derecho a estar mal, tristes, enfadados con el mundo, lo que sea. Y a decirlo, o a no decirlo. Pero a pasar por ellos sin tener que sentirte culpable por no estar contento y feliz, que parece que es lo que el mundo siempre espera.

Lo digo porque tengo la sensación de que en esta sociedad nuestra parece que está mal visto eso de encontrarse de bajón. Huimos de sentimientos como la tristeza, la soledad, el miedo, como si, por hablar de ellos tranquilamente, se nos fuera a pegar algo, nos fuéramos a contagiar de esas sensaciones que, por otra parte, son inherentes a la vida misma.

Ya sabemos que las cosas están mal, claro. Y que mucha gente sufre. Y tampoco hay que esconderlo. La realidad es que hay personas con depresión, con cuadros de ansiedad, de insomnio. Y la crisis ha multiplicado estas cifras. Hay gente angustiada porque no tiene trabajo, ni recursos, porque puede perder -o ha perdido- su casa... También hay quienes sí conservan su empleo pero viven con miedo permanente e incertidumbre por lo que pueda pasar. Y, además, hay enfermedades, problemas familiares, de pareja... en fin, todas esas situaciones con las que, por desgracia, nos toca lidiar a lo largo de la vida.

No pasa nada por hablarlo, por preguntar a alguien "cómo está" y que nos responda con sinceridad. Y ser capaces de escuchar sin salir corriendo, y de ayudar en la medida de lo posible. Un poco de empatía, por favor. No por huir del dolor, ni por esconderlo, vamos a conseguir que desaparezca.


Lo veo muy claro en el universo de las redes sociales. Son herramientas de comunicación fantásticas y llenas de posibilidades, pero también se convierten, a veces, en el paraíso de la frivolidad, la falta de pudor y el exhibicionismo de lo ideal y estupenda que es la vida de la gente. Genial. Pero qué pocas veces se ve justo lo contrario. Porque digo yo que esa gente que alardea de lo que mola todo también tendrá momentos un poco bajos, ¿no? Pero, claro, eso no es cool, eso mejor dejarlo en casa.

Si alguien te dice siempre que todo es ideal, maravilloso y estupendo, duda. Porque creo que, objetivamente y por más que nos empeñemos, la vida no es así. Sólo nos falta reconocerlo y aprender a vivir con ello.

martes, 24 de septiembre de 2013

Cuando la generosidad es infinita

El sábado vi muy claro de qué tenía que hablar esta semana en el blog. Primero, porque se celebraba el Día Mundial del Alzheimer, y a mí ésta es una enfermedad que me aterra y que me parece extremadamente cruel. Si nos quitan los recuerdos, ¿qué nos queda? Si olvidamos a quienes más hemos querido, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Duro, muy duro, tiene que ser combatir con ella cada día. Dan fe quienes cuidan a sus enfermos desde el cariño, el respeto y la admiración, pero también desde el dolor de saber que luchas contra un enemigo mucho más fuerte que tú. Y, por desgracia, todavía invencible.

La segunda razón del tema de este post es que el sábado estuvimos visitando a la abuela de mi pareja. Ella, a sus 93 años, se aferra a la vida con auténtico coraje, aun cuando la hemos dado por perdida en varias ocasiones. Ahí está, en su casa, en su cama, toda guapa, cuidada con mimo y detalle por sus hijos. Ellos son sin duda los artífices de que siga ahí, peleando día a día. Los que le dan fuerza y ánimo.

Ellos, los cuidadores.
Lo veo en mi tía, que lleva ya dos años acompañando a su marido en la enfermedad. Día a día. Noche tras noche. En casa, en el hospital, en urgencias. Sin permitirse el lujo de caer, siempre pendiente, siempre entregada.

Lo veo en la madre y los tíos de Mikel. Y, sobre todo, en su tía Angelines, conviviendo a diario con la vejez y todo lo que ello supone, el declive, la pérdida. Cuidar de una persona cada vez más dependiente, que requiere mayores atenciones, que te reclama tiempo, tu tiempo. Pero es que resulta que esa persona es su madre. Y, en el caso de mi tía, es su compañero del alma. Y ahí uno no duda. Está donde tiene que estar. Se entrega, se da. 

La generosidad de los cuidadores es infinita. Su papel es esencial, porque alguien tiene que estar ahí, pendiente de nuestros mayores, de los enfermos, de las personas discapacitadas. De quienes, por diversas circunstancias de la vida, no pueden valerse por sí mismos y precisan de una ayuda más o menos constante. Y a menudo lo hacen sin contraprestaciones. Sólo por amor, claro está, y como ejercicio de responsabilidad. Pero también es mucho lo que los cuidadores dejan por el camino, y hay que reconocer ese esfuerzo y esa dedicación. Porque lo que entregan es su tiempo y, con él, gran parte de su vida pasada.
Por eso, y porque los cuidadores realizan un trabajo tan silencioso como poco reconocido, creo que habría que defender con uñas y dientes la Ley de Dependencia y no permitir que se convierta en algo residual, que es precisamente lo que está pasando con los sucesivos recortes en políticas sociales. Porque tanto las personas dependientes como sus cuidadores se merecen una ayuda y un reconocimiento social. Si queremos vivir más, que sea con calidad. Si la esperanza de vida sigue siendo una de las más altas del mundo, que sea con derechos y garantías.

No olvidemos, además, que un país no avanza si no investiga. En todos los campos. Enfermedades como el Alzheimer bien merecen un esfuerzo tanto público como privado para buscar fármacos, vacunas, algo que dé un poco de esperanza si no a las generaciones presentes, sí al menos a las venideras.

Y reconozcamos a nuestros cuidadores. Porque ellos, que lo dan todo, también lo merecen todo.

PD. Lo prometido es deuda, así que, Angelines, este post va por ti. Por tu entrega, tu generosidad, y la sonrisa con la que nos recibes siempre. A ti, y a los que son como tú.

martes, 17 de septiembre de 2013

Las desventajas de ser un marginado

Ahora que los centros comerciales nos animan a acabar de equiparnos para la vuelta al cole, me viene a la mente una película que vi hace no mucho y que me encantó. Aunque el título, de entrada, dé un poco de susto. Hablo de "Las ventajas de ser un marginado", film alabado por la crítica, y con razón, porque ahonda, con buen gusto y mucho corazón, en el peregrinar de un joven adolescente hasta que encuentra a personas con las que por fin se identifica y se siente integrado.

Es relativamente fácil empatizar con Charlie, el protagonista, ese adolescente inteligente y talentoso pero tímido y callado como él solo. Aspirante a escritor. Sufrido enamorado. Vamos, con todos los ingredientes para ser un marginado. Porque no juega al fútbol americano, ni sale con una animadora, ni es guay. Seguro que más de uno sabe de lo que hablo.


Charlie lo pasa mal, claro, porque -al margen de otras cuestiones (que no os voy a desvelar, nada de spoilers)- se siente solo y sufre en silencio su soledad, contando los días para salir de esa cárcel que es el instituto y empezar de cero lejos de ahí. Lo bueno es que logra romper el aislamiento y dar con gente que le entiende, que le escucha, y que le quiere tal y como es.

La película está ambientada en los inicios de la década de los 90, pero no tengo ninguna duda de que algunas cosas tampoco han cambiado tanto desde entonces. Leo por ahí que en esta época del año muchos padres viven una auténtica tortura. Porque son conscientes de que, con la vuelta al cole, sus hijos sufren vejaciones, amenazas, insultos... en definitiva, que son víctimas del conocido como bullying o acoso escolar. 

No soy ninguna experta en la materia, pero, buscando información sobre el tema, veo varios artículos que coinciden en un dato: uno de cada cuatro estudiantes españoles sufre o ha sufrido esta forma de maltrato en las aulas. Y es un dato realmente alarmante, ¿no os parece? Porque, detrás de estos casos, se esconden mucho dolor, mucho sufrimiento en silencio, traumas que, sin duda, les dejarán huella y les pasarán factura en otros momentos de su vida. Dicen los profesionales que los efectos devastadores son parecidos a los que sufren las mujeres maltratadas. Con el añadido de que hablamos, casi siempre, de niños, o de adolescentes, que tienen, si cabe, menos capacidad de entender qué ocurre, qué han hecho en su vida para merecer semejante castigo en las aulas.

Pero, ojo, que detrás de los acosadores no siempre hay grandes dramas vitales. Muchas veces, dicen los expertos, son chavales de clase media-alta, que tienen problemas en casa, y que pagan su frustración ensañándose con los más débiles. Añaden que, en otras ocasiones, el acoso escolar esconde grandes envidias hacia otros compañeros más inteligentes, o más brillantes, o graciosos, o incluso populares. No hay motivaciones únicas.

Sea como sea, lo cierto es que algo falla en la sociedad cuando niños y jóvenes se convierten en maltratadores prematuros, en acosadores. Y no sé cuál es el problema. ¿Qué estamos haciendo mal?, ¿es la educación?, ¿es cuestión de carácter?, ¿existe una predisposición natural a ejercer esa forma de violencia? Me cuesta creerlo. Más bien pienso que, en efecto, fallan los pilares de la educación. O es que los padres se desentienden, o prefieren mirar hacia otro lado cuando intuyen que algo puede pasar, o directamente ni se plantean que sus hijos puedan ser unos acosadores.

La historia de Charlie está bien. Porque él consigue estar por encima de las críticas y las burlas. Tiene personalidad suficiente para poder con eso y con mucho más. Pero no todos los menores son capaces de afrontar solos las situaciones de acoso. Y en esos casos es difícil encontrar las ventajas a eso de "ser una marginado". 

martes, 10 de septiembre de 2013

Conservar la ilusión sí tiene sentido

A mí la presentación de Madrid ante el Comité Olímpico me pilló en el coche. Volviendo de pasar el día en Logroño. Íbamos escuchando la radio y guardamos silencio ante los discursos de los miembros de la delegación. Obviando muchas cuestiones que podríamos comentar largo y tendido (desde el manejo del inglés hasta el nivel de los políticos madrileños), tengo que confesar que me entró la ilusión. Me gusta el deporte, me encantan los Juegos Olímpicos, pero este año bastante tenía yo con mis cosas como para pensar en si la candidatura española era o no la mejor. Sin embargo, en esos momentos en el coche, me vi en Madrid, con mis 40 años recién cumplidos (qué mal suena eso!), disfrutando de una oportunidad histórica: la posibilidad de vivir en persona esas Olimpiadas que cada cuatro años sigo con auténtica devoción a través de la tele.

El entusiasmo me duró poco, claro. Porque, tres horas después, asistíamos ojipláticos a la eliminación de Madrid en la primera ronda. Toma jarro de agua. Toma decepción y mala leche. 


En fin, que igual resulta que la elección fue justa. Que es verdad que la imagen que está dando el país en los últimos años no está siendo la mejor. Paro, crisis, corrupción, dopaje. Problemas de fondo que, desde luego, no se borran en un abrir y cerrar de ojos. Pero, teniendo en cuenta que el 80% de las infraestructuras estaban listas, pues hombre, igual merecía la pena un último esfuerzo por lo mucho que se podía obtener a cambio. En imagen, en marketing, en turismo, en economía.

Y, sobre todo, en ilusión. Porque la realidad es que en estos momentos no nos hubiera venido nada mal algo que nos diera un poco de vidilla. Que nos hiciera pensar que podemos, que somos capaces de hacer algo grande y de hacerlo bien. Una motivación para afrontar el futuro -todavía oscuro y plagado de incertidumbres- con ilusiones renovadas. Que falta hace.

La eliminación de Madrid me da pena egoístamente, porque por ahora me quedo sin unos Juegos Olímpicos cerca de casa. Pero también lo siento especialmente por muchos deportistas que lo están pasando mal, que ven peligrar las ayudas que reciben -ya de por sí escasas en los tiempos que corren-, y que pueden acabar tirando la toalla. Lo siento por los deportes y deportistas menos conocidos, que a menudo pierden dinero financiándose sus propios viajes a las competiciones, entrenando en condiciones difíciles. Y que, aún así, nos dan grandes alegrías y pelean siempre hasta el final con la cabeza bien alta.


Lo decían en este vídeo de la presentación española. Lo importante de caer es volver a levantarse. Saber que nada es imposible. Recomponerse. Mirar hacia delante. Muy propio del deporte. Muy válido para el momento actual de un país que afronta su enésima desilusión.

PD. Más vale que siempre hay gente capaz de ilusionarnos. Que renace una y otra vez, cual Ave Fénix. Aunque algunos le dieron por acabado. Ole ese Rafa Nadal!!! Alfombra roja al campeón que recupera su trono en la ATP.

martes, 3 de septiembre de 2013

Cuando la vida cambia en un momento

Espero no empezar a repetirme mucho con esto de comentar películas y series. Venga, va, permitidme una pequeña licencia. Es que resulta que el domingo por fin vi "Searching for Sugar Man" y tengo que decir que me encantó. Me gustó la historia, me gustó la forma de narrarla, y me fascinó la figura del inesperado protagonista, un músico llamado Sixto Rodríguez del que quizá nunca habéis escuchado hablar. Normal. Yo no supe de él hasta que vi el documental. De hecho, casi nadie supo de él hasta que un día, a un buen señor, se le ocurrió rastrear la pista de un cantante americano que había triunfado en Sudáfrica y que, por lo visto, se había suicidado en pleno escenario.

Nada más lejos de la realidad. Ni se había suicidado, ni él estaba al tanto de ese éxito sobrevenido a miles y miles de kilómetros de su casa de Detroit. Porque resulta que Rodríguez había fracasado estrepitosamente en su país natal y, repudiado por la industria musical, volvió a su casa, retomó su trabajo en la construcción y relegó su faceta de compositor y cantante al ámbito privado. Pero, mientras, sus discos se vendían como churros en Sudáfrica y era todo un ídolo. Sin saberlo, sin ver un dólar y, para colmo, dado por muerto.


No os voy a contar más. Sólo que, por suerte, él ha tenido la oportunidad de resarcirse. De volver a pisar un escenario, de triunfar en vida. Aunque siga ocupando la misma humilde casa de la misma ciudad que cerró las puertas a su arte.

Y a mí eso me ha fascinado. Nos quejamos tanto de lo injusta que es la vida a veces, que a una la reconcilia con la humanidad el ver que, de vez en cuando, triunfa alguien que realmente se lo merece. 

Y, sobre todo, me maravilla ver cómo todo puede cambiar en un instante, por una casualidad, por un golpe de suerte, por una coincidencia. A él ese momento en el que alguien decidió investigar un poco le permitió cumplir el sueño de ver cómo su música había triunfando y lo seguía haciendo entre públicos de diferentes edades. Todo cambió en un giro inesperado. Pero Rodríguez, por suerte, decidió seguir siendo la misma persona humilde, trabajadora e idealista de siempre. Sus hijas le describen a la perfección. Y ese testimonio realmente emociona.


En estos tiempos de pesimismo y desencanto no viene mal un poco de esperanza; de pensar que todo pasa, que todo cambia. Que la vida puede dar un giro inesperado (para bien, por favor) cuando menos te lo esperas. Que el talento y el trabajo tienen premio. Que todo puede mejorar en un instante, en un golpe de suerte.

Es preferible pensar que puede ser así. ¿Qué nos queda si no?

lunes, 26 de agosto de 2013

Y besando, besando... la rana se convirtió en príncipe (o princesa)

Uno de mis últimos descubrimientos televisivos tiene un título tan evidente -Dates ("Citas")- que puede dar lugar a error. Porque no es exactamente lo que parece. No es ninguna versión romántica y edulcorada de las relaciones personales al más puro estilo telefilm de Antena 3 de las cuatro de la tarde. Que sí, que tienen su punto como somnífero para una buena siesta, pero no es el caso que nos ocupa. Porque esta serie ahonda en los encuentros que tienen lugar entre dos personas que se han conocido a través de internet y quedan por primera vez. Os podéis imaginar el susto ante ese primer contacto: ¿cómo inicias la conversación?, ¿de qué hablas?, ¿qué haces si la persona que tienes enfrente no es exactamente lo que habías imaginado?, ¿huyes?, ¿mantienes el tipo?, ¿dices la verdad o finges ser quien no eres? No lo he vivido nunca, pero analizar esos primeros encuentros daría para un interesante estudio sociológico.

Aunque no os voy a desvelar nada, Dates se compone de capítulos de 25 minutos, cada uno de los cuales corresponde a una cita. Y, a medida que avanza la serie, somos testigos del devenir de algunos de los personajes. Vemos si han cuajado sus historias, si han tenido nuevas citas, qué piensan, qué sienten.


Y todo, como decía antes, desde una perspectiva más realista que edulcorada; hay momentos sensibleros y otros cómicos, pero sobre todo hay cierta melancolía -y también cierto desencanto- en esas búsquedas del amor a través de la red.

Porque nos encontramos ante relaciones que no son precisamente fáciles; ante hombres y mujeres que esconden secretos, desengaños, sufrimientos, mentiras. Y que tratan de construir historias reparadoras que les reconcilien con el amor.

Una se plantea inevitablemente cuán complejas son las relaciones; qué difícil es dar con la persona adecuada; qué complicado es desembarazarse de miedos y frustraciones; cuánto hay que poner en juego para hacer que una historia funcione.

Os lo digo yo, que no he tenido mayores traumas sentimentales en mi vida que los típicos desengaños y amores no correspondidos, que no colecciono ni dramas ni historias de esas desgarradoras en plan novela romántica de serie B. Pero sí veo lo que hay a mi alrededor. Y, sino, echad un vistazo a la serie de la que os hablaba al principio. Y compartiréis el sufrimiento de una mujer que queda con hombres para ocultar a su familia su homosexualidad; la soledad de un hombre con hijos que ha perdido a su esposa; la angustia de una mujer a la que su pareja dejó literalmente plantada poco antes de su boda; o la de una antigua prostituta que aspira a encontrar el amor.


Lo bueno es que ninguno de ellos se rinde. Mantienen la esperanza de dar con un príncipe o princesa aunque para eso tengan que besar a unas cuantas ranas. O, lo que es lo mismo, pasar por varias de esas primeras citas de nudo en el estómago con el esperanza de que suene la flauta en alguna de ellas.

Yo creo que merece la pena, ¿no os parece? Podemos presumir de ser modernos, independientes y autosuficientes. Genial. Pero la perspectiva de una vida en soledad no me parece, personalmente, demasiado halagüeña.

Respeto profundamente a quienes hacen de esa soledad una elección de vida, por la razón que sea (en varios casos que conozco, por profundos desengaños que hacen renegar del amor); pero también respeto y admiro a quienes mantienen viva la ilusión de dar con la persona adecuada, aunque eso suponga dejar atrás fantasmas del pasado, malos recuerdos, sufrimientos. Y aunque haya que besar a algún que otro sapo por el camino.

Venga, va, no me digáis que no merece la pena el esfuerzo.