9 días y casi 3.000 kilómetros después volvemos a pisar suelo navarro y lo hacemos con el coche lleno a rebosar. Y no precisamente de regalos
ni de compras. Las maletas y la mochila ocupan el maletero. Y en los asientos
traseros se mezclan el bolso de la playa con los chubasqueros, el balón de fútbol americano con la caja del GPS, las bolsas del
Carrefour con las del E.Leclerc. En ellas, los restos culinarios del viaje. Poca
cosa: pan de molde, unos zumos, unos batidos y, por supuesto, botellines de
agua. A algunos les hemos perdido la pista. Estoy segura de que, con el paso de
los días, seguirán apareciendo entre los recovecos de los asientos.
Pero, ante todo, el coche ha vuelto
cargado de experiencias, las que hemos ido compartiendo Mikel y yo a lo largo
de la ruta. Nuestro ranking de "pueblos con encanto", las aventuras
al volante por las carreteras/caminos/rotondas de Francia, las reflexiones
sobre la Segunda Guerra Mundial entre las playas del desembarco, el cementerio
americano y el Memorial de Caen, o nuestros temores ante cada nuevo alojamiento
low cost al que llegábamos (temores infundados, que conste, que todos ellos nos
han sorprendido para bien). Vuelvo con la misma convicción de siempre: los
euros invertidos (que no gastados) en viajar son euros invertidos en salud
mental -por supuesto- y, además, en cultura, en aprendizaje, en apertura de
miras, en enriquecimiento personal. Cada nueva ventana que abrimos al mundo nos
ofrece algo diferente, único, especial.
Os comentaba en el post anterior que éstas
iban a ser unas vacaciones baratas hasta el extremo. Ni los tiempos ni mi
economía están para dispendios, pero os aseguro que es posible planificar un
buen viaje a precio de ganga. No hemos pisado grandes hoteles, claro. Hemos
elegido "hotelillos" en plan choni, osea, poligoneros, pero muy
dignos. Como dice siempre mi madre, lo importante es que estén limpios. Y han
cumplido las expectativas con creces.
Tampoco hemos ido a restaurantes. ¿Para
qué? Los supermercados ofrecen una amplia gama de productos con los que
apañar bocadillos, sándwiches y ensaladas varias. Que sí, que uno puede acabar
un poco cansado de repetir menú, pero merece la pena esfuerzo… ya tenemos el
resto del año para llevar una dieta sana y equilibrada, y para quemar las
calorías de los bocatas de chorizo.
Os lo decía en el post anterior. Personalmente, no soy más feliz
por acumular más estrellas en los hoteles ni en los restaurantes. Soy feliz en
esos pequeños momentos en los que, en buena compañía, descubres los rincones de
un pueblo perdido, o los monumentos de una gran ciudad, o simplemente te
sientas a observar a otras personas, otras culturas, otros idiomas.
Y esos momentos, como dice el anuncio, no tienen precio.
Por eso, si yo fuera rica (cosa que ahora mismo veo poco probable)
viajaría más. Sin grandes lujos, sin excesos ni ostentaciones. Viajar por el
placer de viajar. De descubrir, de conocer, de sentir curiosidad por las cosas,
de aprender, de crecer. Y de soñar. Eso, siempre.