lunes, 26 de agosto de 2013

Y besando, besando... la rana se convirtió en príncipe (o princesa)

Uno de mis últimos descubrimientos televisivos tiene un título tan evidente -Dates ("Citas")- que puede dar lugar a error. Porque no es exactamente lo que parece. No es ninguna versión romántica y edulcorada de las relaciones personales al más puro estilo telefilm de Antena 3 de las cuatro de la tarde. Que sí, que tienen su punto como somnífero para una buena siesta, pero no es el caso que nos ocupa. Porque esta serie ahonda en los encuentros que tienen lugar entre dos personas que se han conocido a través de internet y quedan por primera vez. Os podéis imaginar el susto ante ese primer contacto: ¿cómo inicias la conversación?, ¿de qué hablas?, ¿qué haces si la persona que tienes enfrente no es exactamente lo que habías imaginado?, ¿huyes?, ¿mantienes el tipo?, ¿dices la verdad o finges ser quien no eres? No lo he vivido nunca, pero analizar esos primeros encuentros daría para un interesante estudio sociológico.

Aunque no os voy a desvelar nada, Dates se compone de capítulos de 25 minutos, cada uno de los cuales corresponde a una cita. Y, a medida que avanza la serie, somos testigos del devenir de algunos de los personajes. Vemos si han cuajado sus historias, si han tenido nuevas citas, qué piensan, qué sienten.


Y todo, como decía antes, desde una perspectiva más realista que edulcorada; hay momentos sensibleros y otros cómicos, pero sobre todo hay cierta melancolía -y también cierto desencanto- en esas búsquedas del amor a través de la red.

Porque nos encontramos ante relaciones que no son precisamente fáciles; ante hombres y mujeres que esconden secretos, desengaños, sufrimientos, mentiras. Y que tratan de construir historias reparadoras que les reconcilien con el amor.

Una se plantea inevitablemente cuán complejas son las relaciones; qué difícil es dar con la persona adecuada; qué complicado es desembarazarse de miedos y frustraciones; cuánto hay que poner en juego para hacer que una historia funcione.

Os lo digo yo, que no he tenido mayores traumas sentimentales en mi vida que los típicos desengaños y amores no correspondidos, que no colecciono ni dramas ni historias de esas desgarradoras en plan novela romántica de serie B. Pero sí veo lo que hay a mi alrededor. Y, sino, echad un vistazo a la serie de la que os hablaba al principio. Y compartiréis el sufrimiento de una mujer que queda con hombres para ocultar a su familia su homosexualidad; la soledad de un hombre con hijos que ha perdido a su esposa; la angustia de una mujer a la que su pareja dejó literalmente plantada poco antes de su boda; o la de una antigua prostituta que aspira a encontrar el amor.


Lo bueno es que ninguno de ellos se rinde. Mantienen la esperanza de dar con un príncipe o princesa aunque para eso tengan que besar a unas cuantas ranas. O, lo que es lo mismo, pasar por varias de esas primeras citas de nudo en el estómago con el esperanza de que suene la flauta en alguna de ellas.

Yo creo que merece la pena, ¿no os parece? Podemos presumir de ser modernos, independientes y autosuficientes. Genial. Pero la perspectiva de una vida en soledad no me parece, personalmente, demasiado halagüeña.

Respeto profundamente a quienes hacen de esa soledad una elección de vida, por la razón que sea (en varios casos que conozco, por profundos desengaños que hacen renegar del amor); pero también respeto y admiro a quienes mantienen viva la ilusión de dar con la persona adecuada, aunque eso suponga dejar atrás fantasmas del pasado, malos recuerdos, sufrimientos. Y aunque haya que besar a algún que otro sapo por el camino.

Venga, va, no me digáis que no merece la pena el esfuerzo.

martes, 20 de agosto de 2013

Y el fútbol nos dejó... en fuera de juego

Por suerte, este año el inicio de la liga de fútbol profesional me ha pillado doblemente despistada. Primero, porque eran las fiestas de mi pueblo/ciudad, y una anda con la cabeza en el programa festivo más que en la actualidad. Y segundo porque, ya puestos a desarrollar la vena deportiva, este fin de semana he estado centrada en las aventuras de Rafa Nadal en el Masters 1000 de Cincinnati (bravo por él, una vez más). Así que podría decir que el arranque liguero me ha pasado bastante desapercibido. Por suerte, insisto.

Porque ando bastante indignada. Nos venden la moto de que será un año intenso pero creo que la única emoción será, para variar, la que se viva en la parte baja de la tabla. Ahí andará (salvo sorpresa) nuestro Osasuna peleando por seguir en primera una temporada más. Por la parte alta no preveo grandes novedades. No hace falta ser ningún visionario para saber que ésta será, quizá, la liga más "bipolar" de la historia. La crisis económica ha encogido las carteras de la gran mayoría de los clubes, así que Barcelona y Real Madrid alargan su sombra galáctica y se quedan un poco más solos en la lucha por el título.


Vamos, que, si lo que nos espera a partir de ahora son goleadas como la del Barcelona al Levante, conmigo que no cuenten. Que la gente quiere emoción, diversión, lucha, y no escarnios ni humillaciones públicas a equipos modestos que bastante hacen con estar donde están. O eso pienso yo, vaya.
 
Por supuesto, también estoy enfadada porque el fútbol sigue viviendo de espaldas a la realidad del país que le da de comer y que llena los estadios. De espaldas al paro y a los sueldos cada vez más ajustados. De espaldas a las familias que no llegan a fin de mes. Que sí, que muchos clubes se aprietan el cinturón, pero las cifras que manejan siguen siendo astronómicas. Y, desde luego, en nada se corresponden con la situación de nuestra economía. No dudo de que Messi o Cristiano sean grandes jugadores, Dios me libre, pero no termino de entender que pegar patadas a un balón y meter goles sea tan relevante para la sociedad como para justificar lo que cobran. Por no hablar de los precios de entradas y abonos, que figuran entre los más altos de Europa. Ahí, más chulos que nadie.
 
El otro día decía Granero en su presentación como jugador de la Real Sociedad que se siente un privilegiado a la vista de lo mal que lo está pasando mucha gente. Hombre, gracias, es todo un detalle reconocerlo, no nos habíamos dado cuenta. También dijo Messi que jugaría al fútbol aunque no le pagaran, pero, por si acaso, ya se encarga de negociar cada cierto tiempo su contrato al alza, no sea que no le vaya a dar para vivir con los millones de euros que cobra al año.

Y, entre tanto, el fútbol sigue copando portadas, titulares y patrocinadores. Llevándose casi todo el protagonismo cuando otros deportes nos han dado y nos siguen dando grandes alegrías. Ya puede ganar Márquez en Moto GP, ya puede Nadal seguir sumando títulos a su histórico palmarés,  que se ven relegados a un pequeño hueco en las portadas que protagonizan -con grandes letras- Isco o la goleada del Barcelona.


Ya lo dijo hace poco Mireia Belmonte, "importa más el pelo de Sergio Ramos que mi récord". Una frase que lo resume todo. Ya puede batir un récord del mundo o conseguir medallas, que el look rubio platino del futbolista del Real Madrid acapara todos los focos.

Así nos va. Seguiremos alimentando el negocio del fútbol mientras muchos equipos de otras disciplinas (balonmano, fútbol sala...) se hunden o desaparecen por falta de apoyos y patrocinios; mientras deportistas como la propia Belmonte tienen que costearse parte de sus viajes, si se lo pueden permitir, claro. 

Una vez más se cumple el tópico de que el pez grande se come al pequeño, David frente a Golita. Qué poco me gustan las frases hechas, pero qué oportunas son a veces. Porque todo parece indicar que el fútbol seguirá dejando en fuera de fuego a otros pequeños y grandes deportes y deportistas.

martes, 13 de agosto de 2013

Practicando el sano ejercicio de cambiar de piel

El otro día me contó mi madre que habían ayudado a un chico camerunés que vive en la comarca. Resulta que se había pasado por una zona de huertos pidiendo algo de comer. Mi padre le dio algo en el momento y le emplazó al día siguiente para poder prepararle una bolsa en condiciones. Productos del huerto, y alguna cosa más que mi madre compró en el supermercado, ropa... en fin, lo básico para ir tirando durante unos días. Les contó que tiene 35 años y lleva 9 en España. Pero que, como ya no hay trabajo, sólo aspira a reunir el dinero suficiente para regresar a su país. Adiós a Europa, adiós al sueño de una vida mejor.

A mí me lo contaba mi madre y se me caía el alma a los pies. Porque, oye, yo tampoco tengo trabajo, pero sé que, al menos, no voy a pasar hambre. Que tengo a mi familia cerca, a mi pareja, a mis amigos. Que no estás tú sola con tu sufrimiento. Que muchas veces, cuando lo veo todo negro, no me consuela. Pero que ya es mucho saberte acompañada y respaldada.

En cambio, haciendo el sano ejercicio de cambiar de traje y ponerte en la piel de otro, es fácil entender su agonía. Y la de otras muchas personas como él. La de quienes se ven solos, sin trabajo, sin casa, sin dinero, sin presente ni futuro. Él dice que no quiere caridad, sólo poder trabajar y volver a Camerún.

Ese fenómeno, el de inmigrantes que están retornando a sus países de origen, crece cada día. España ya no es el paraíso de oportunidades al que muchos acudían buscando algo mejor. Ya no hay trabajo, se recortan los servicios y las prestaciones sociales, y hay a quienes no les queda más remedio que hacer las maletas y marcharse con las ilusiones frustradas y los bolsillos vacíos.

Es curioso. Hace sólo unos años, muy pocos, nos alertaban de que el número de inmigrantes se desbordaba. Casi nos hacían pensar que se iban a quedar con el trabajo, con los pisos de protección oficial, con las prestaciones públicas... Aun cuando era un hecho que -tristemente- a muchos de ellos les quedaban los peores empleos, los que no quería nadie. Sólo que ahora ya no sobran trabajos. Todo nos viene bien.

Hoy el fenómeno se ha invertido. En todos los sentidos. Muchos inmigrantes vuelven a casa. Y muchos españoles emigran a Alemania, a Inglaterra o a América del Sur buscando las oportunidades que no les brinda su país. Somos nosotros los nuevos emigrantes de siglo XXI.

Y conviene no olvidarlo y tener un poco de memoria histórica. Porque hoy nos toca a nosotros salir, como ocurrió en un pasado no tan lejano, y queremos que nos reciban con los brazos abiertos, con trabajo y con unas condiciones dignas. La vida da muchas vueltas. Y hemos pasado de acogedores a acogidos en tiempo récord. 

Ofrezcamos a los demás lo mismo que ahora pedimos para nosotros, estemos donde estemos. Por tópico que parezca. Practiquemos más a menudo el ejercicio de cambiar de piel, de ponernos en el traje de quienes tenemos cerca (y no tan cerca). Que ese sufrimiento tampoco nos sea ajeno. Que la crisis no acabe por deshumanizarnos del todo. 

martes, 6 de agosto de 2013

Hago "chas" y borro todos tus recuerdos

Como suele ser habitual, los críticos no se ponen de acuerdo a la hora de valorarla, y hay opiniones para todos los gustos. Personalmente, "Trance" me dejó un poco fría. Me pareció un película demasiado pretenciosa y con algunos giros un tanto forzados que restan credibilidad a la ya de por sí intrincada historia. Así que no os la voy a recomendar, pero sí la traigo hoy a colación porque plantea un tema que, aunque no es nuevo en el cine, me da que pensar. Y es la posibilidad de borrar recuerdos de nuestro cerebro, de hacer "click" y eliminar capítulos de nuestra vida que nos resultan especialmente dolorosos.

Hay una película que gira en torno a este supuesto y que sí me llegó a conmover: "Olvídate de mí". Joel (Jim Carrey en un papel mucho menos histriónico de lo que nos tiene acostumbrados) decide ponerse en tratamiento para borrar los recuerdos de su ex novia, Clementine (Kate Winslet), cuando descubre que ella ya lo ha hecho. Pero, en un momento de lucidez, consciente de lo triste que puede resultar eliminar capítulos de una vida, trata de parar el proceso.


Probablemente muchos diréis que esto es un desvarío más, pero venga, pensad un poco, ¿qué recuerdo de vuestra vida desearíais borrar para siempre? Porque no me negaréis que esto es tentador. Las dos películas abordan la posibilidad de eliminar sin remedio relaciones de pareja de esas que te dejan un dolor punzante en el pecho. Historias que no acaban bien y nos marcan para siempre. ¿Quién no ha vivido alguna de ellas con mayor o menor intensidad?

Pero no hace falta que pensemos sólo en el amor. Abramos el abanico y vayamos más allá. Una pérdida, una enfermedad, una depresión, una etapa de tristeza... la vida está llena de momentos complicados, de situaciones de esas en las que uno piensa "¿por qué me está pasando esto a mí?". Pues bien, ¿qué haríais si pudierais "resetear" y borrar esos malos pensamientos para siempre?

Lo pienso y creo que resulta tentador. Tentador y peligroso al mismo tiempo. Porque, eliminando historias, también acabaríamos con muchos buenos recuerdos, con muchos buenos momentos, sentimientos, sensaciones, experiencias, asociados a dichos recuerdos.

Joel se da cuenta del alcance de lo que está haciendo cuando ve cómo los recuerdos maravillosos de su relación con Clementine desaparecen para siempre. Y sólo queda la nada. El vacío. Meses de felicidad eliminados para siempre. No hay recuerdos, no hay sufrimiento, pero tampoco están los buenos momentos.


Lo que está claro es que la vida se construye a base de recuerdos y experiencias vividas. Son esos recuerdos los que dan sentido a nuestro pasado, los que construyen el presente y condicionan, a menudo, nuestro futuro. Cada cosa que hacemos en la vida nos ayuda a aprender y a crecer, a madurar. Los sufrimientos nos hacen más fuertes frente al dolor. 

Y, por más que deseemos eliminar todo lo malo, no nos queda más remedio que asumir que lo malo (sea lo que sea) también forma de nuestra existencia.