En un alarde de optimismo sin precedentes, este fin de semana hicimos una incursión en tierras cántabras como regalo cumpleañero. Un regalo genial, sí, pero yo ya me veía en modo vuelta-y-vuelta en la playa y lo máximo que pudimos hacer fue echarnos una mini siesta con pantalón vaquero y cazadora. Lo más triste de todo es que de vez en cuando salía un rayo de sol de entre las nubes y ese rayo que, dicho sea de paso, ni calentaba, sí fue suficiente para quemarnos nuca y cuello, las únicas parte de nuestros cuerpos que teníamos descubiertas. "Manda huevos", como diría Trillo.
Tengo que reconocer que, al menos, esos instantes de paz y quietud frente al mar dieron mucho de sí. Ya sabéis que ahora mismo no trabajo (suelto la cuña publicitaria por si alguien tiene una oferta), pero tampoco paro. Los últimos meses de mi vida se han pasado entre cursos, redes sociales propias y ajenas, labores domésticas y múltiples visitas diarias a los portales de empleo. Creo que un día de estos me van a echar de Infojobs por pesada.
La cuestión es que todo esto te va mermando. Pesa la búsqueda de empleo sin éxito, y pesan las facturas, que no dan tregua aunque mis finanzas no pasen por su mejor momento, y la incertidumbre, y el futuro incierto. A cada uno le duele lo suyo, claro está. A otros les pesan el trabajo diario, el estrés, el cuidado de los hijos, las 24 horas del día que no dan para casi nada, el agotamiento físico y mental. Y los gastos, y la incertidumbre, y las dudas. Porque por desgracia hay males que empiezan a ser endémicos y nos afectan, casi, a todos por igual.
Por eso, tumbada sobre la arena y con la calma que el mar me transmite, una se pregunta si vivimos o si simplemente sobrevivimos. Cuántos agobios, cuántas preocupaciones, y qué pocos momentos de paz nos permitimos a nosotros mismos. Parece como si nos sintiéramos culpables por desconectar unos instantes y tratar de disfrutar de las pequeñas y grandes cosas que nos rodean. Que las hay, por suerte, aunque a veces no las veamos.
Tranquilos, no voy a dar lecciones de nada a nadie. Yo soy la primera que se ahoga en un vaso de agua y que nunca consigue dejar la mente en blanco. Pero no estaría nada mal que lo intentáremos, ¿no os parece? Por unos segundos, por unos minutos. Dejar a un lado lo malo y poner todo lo bueno en primera fila. Valorar lo mucho que tenemos y aprender a disfrutarlo, y a pelear por todo aquello que nos hace realmente felices.
No nos pagan por estar siempre preocupados (una pena, habría mucho "nuevo rico"); muchas veces ni siquiera llegamos a ninguna conclusión por más vueltas que les demos a las cosas. No pasa nada por abstraerse del mundo de vez en cuando. Y, desde luego, merece la pena intentar que ese mundo real sea un poco mejor para cada uno.
Si simplemente sobrevivimos, ¿por qué no empezamos a vivir?