martes, 25 de junio de 2013

¿Vives o sobrevives?

Sigo esperando que llegue el verano. Que llegue de verdad, ya me entendéis. Que ya sé que en la teoría estamos en los inicios de la época estival; pero, en la práctica, no consigo despegarme del todo de la chaqueta. Y mira que es deprimente.

En un alarde de optimismo sin precedentes, este fin de semana hicimos una incursión en tierras cántabras como regalo cumpleañero. Un regalo genial, sí, pero yo ya me veía en modo vuelta-y-vuelta en la playa y lo máximo que pudimos hacer fue echarnos una mini siesta con pantalón vaquero y cazadora. Lo más triste de todo es que de vez en cuando salía un rayo de sol de entre las nubes y ese rayo que, dicho sea de paso, ni calentaba, sí fue suficiente para quemarnos nuca y cuello, las únicas parte de nuestros cuerpos que teníamos descubiertas. "Manda huevos", como diría Trillo.


Tengo que reconocer que, al menos, esos instantes de paz y quietud frente al mar dieron mucho de sí. Ya sabéis que ahora mismo no trabajo (suelto la cuña publicitaria por si alguien tiene una oferta), pero tampoco paro. Los últimos meses de mi vida se han pasado entre cursos, redes sociales propias y ajenas, labores domésticas y múltiples visitas diarias a los portales de empleo. Creo que un día de estos me van a echar de Infojobs por pesada. 

La cuestión es que todo esto te va mermando. Pesa la búsqueda de empleo sin éxito, y pesan las facturas, que no dan tregua aunque mis finanzas no pasen por su mejor momento, y la incertidumbre, y el futuro incierto. A cada uno le duele lo suyo, claro está. A otros les pesan el trabajo diario, el estrés, el cuidado de los hijos, las 24 horas del día que no dan para casi nada, el agotamiento físico y mental. Y los gastos, y la incertidumbre, y las dudas. Porque por desgracia hay males que empiezan a ser endémicos y nos afectan, casi, a todos por igual.

Por eso, tumbada sobre la arena y con la calma que el mar me transmite, una se pregunta si vivimos o si simplemente sobrevivimos. Cuántos agobios, cuántas preocupaciones, y qué pocos momentos de paz nos permitimos a nosotros mismos. Parece como si nos sintiéramos culpables por desconectar unos instantes y tratar de disfrutar de las pequeñas y grandes cosas que nos rodean. Que las hay, por suerte, aunque a veces no las veamos.


Tranquilos, no voy a dar lecciones de nada a nadie. Yo soy la primera que se ahoga en un vaso de agua y que nunca consigue dejar la mente en blanco. Pero no estaría nada mal que lo intentáremos, ¿no os parece? Por unos segundos, por unos minutos. Dejar a un lado lo malo y poner todo lo bueno en primera fila. Valorar lo mucho que tenemos y aprender a disfrutarlo, y a pelear por todo aquello que nos hace realmente felices.

No nos pagan por estar siempre preocupados (una pena, habría mucho "nuevo rico"); muchas veces ni siquiera llegamos a ninguna conclusión por más vueltas que les demos a las cosas. No pasa nada por abstraerse del mundo de vez en cuando. Y, desde luego, merece la pena intentar que ese mundo real sea un poco mejor para cada uno.

Si simplemente sobrevivimos, ¿por qué no empezamos a vivir?

miércoles, 19 de junio de 2013

¿Cuántos grados me separarán de Bradley Cooper?

Yo era bastante fan de una serie que se titulaba "Seis grados" y que, para mi desgracia, sólo tuvo una temporada. Me quedé con los 13 episodios y con un montón de tramas abiertas y dudas por resolver que se perdieron en el limbo de las series que fracasan sin remedio. El planteamiento era simple: narraba las vidas de seis personas que no se conocían entre sí, pero que iban a acabar interconectadas por caprichos y coincidencias del destino. Vamos, que daba por buena esa frase tan manida de "qué pequeño es el mundo".

"Seis grados" se basaba en la teoría del mismo nombre, que viene a decir que entre cualquiera de nosotros y cualquier otra persona del mundo hay apenas seis grados de separación, seis personas que nos pueden conectar.
La teoría fue propuesta en el año 1930 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en un cuento titulado "Chains". Y fue recogida, además, en el libro "Six Degrees: The Science of a Connected Age" del sociólogo Duncan Watts. Experimentos para verificar lo que decían las palabras los ha habido y los sigue habiendo en la actualidad con altas dosis de imaginación y creatividad (por ejemplo, para buscar trabajo. Aquí); pero, probablemente, el primero de ellos es el que puso en marcha en Estados Unidos el psicólogo Stanley Milgram en el año 1967. Se trataba, a grandes rasgos, de que varias personas enviaran una tarjeta a otra persona a la que no conocían utilizando para ello a un intermediario, y éste a su vez a otro... hasta que alguien diera con el desconocido en cuestión. El resultado fue que la tarjeta llegaba a su destinatario gracias a una cadena de entre cinco y siete de personas de media. Aunque recibió críticas que ponían en duda su estudio, lo cierto es que se considera todo un hito a la hora de probar la famosa "teoría de los seis de grados de separación".

Una teoría que hoy es más real que nunca gracias al fenómeno de las redes sociales, omnipresentes en nuestras vidas. Facebook, Twitter, Linkedin, Google+ nos permiten entrar en contacto con personas de todo el mundo, conocidas o no, e interactuar con ellas, compartir opiniones, curiosear entre álbumes de fotos, estar al día de sus novedades. Diluyen las fronteras, acercan a las personas. Tanto es así, que hasta puedes lanzar mensajes a tus ídolos, deportistas, cantantes, actores... con la esperanza de que, al margen del community manager de turno, los puedan leer en algún momento. Con un poco de suerte, lo mismo alguno hasta te contesta.

Está claro que las ventajas son muchas. A título individual, por la posibilidad que nos brindan de mantener una relación estrecha y permanentemente actualizada con amigos, familiares o conocidos que quizá están lejos. Y por las alternativas que nos brindan a la hora de buscar contactos profesionales o de "seguir" a gente o medios o instituciones y de estar al día de sus novedades.

A nivel empresarial, porque no hay dinero que pague el enorme valor que tiene la interacción con los clientes y la posibilidad de desarrollar una relación bilateral, en la que las marcas escuchan a sus potenciales consumidores y pueden darles justo lo que ellos demandan. Nunca antes la información había sido tan valiosa como ahora para que organizaciones de todo tipo puedan mejorar su trabajo, puedan dar en el clavo con la mayor precisión posible.



Pero es que, además, las redes sociales otorgan al ciudadano un poder que no había tenido hasta ahora y su voz es escuchada con mayor claridad por particulares, empresas e instituciones. Por esa sencilla regla de los seis grados, podemos hacernos escuchar cada vez más alto y ante las más altas instancias.

Está claro que hay peligros y amenazas, y que debemos hacer un buen uso de las redes sociales. Pero no las infravaloremos, porque su poder es, cada vez, mayor, y hay que saber utilizarlo y canalizarlo hacia nuestros intereses.

Por de pronto, si alguien conoce a alguien que conozca a alguien que conozca a Bradley Cooper (por ejemplo), que me lo diga... ya estaré un grado más cerca de él!! 

jueves, 13 de junio de 2013

Yo también quiero ser como Beckham

Recuerdo perfectamente la primera vez que pisé un estadio de fútbol en condiciones. Fue el Sadar, claro, cuando Osasuna militaba en segunda división (hablamos de la década de los 90). Me llevó mi padre, todo majo él, porque los rojillos se enfrentaban al Real Madrid B y en aquella época yo era bastante merengona (más que ahora, la verdad). Hay que tener en cuenta que era una adolescente que leía la Superpop y coleccionaba posters de sus ídolos, en mi caso, muchos futbolistas: Raúl González Blanco el primero, y luego, el "Coque" Contreras, Víctor Sánchez del Amo, Álvaro Benito (hoy cantante de Pignoise) y alguno más de los que entonces comenzaban a despuntar en las filas del Castilla. Así que mi padre, consciente de mi fanatismo, me llevó al Sadar a ver el partido y, de paso, a muchos de mis ídolos adolescentes. No me acuerdo ni del resultado ni de quién jugó mejor. Sólo sé que el estadio me pareció enorme y los futbolistas, muy guapos. Así que podríamos decir que ahí se consolidó mi idilio con el fútbol.

Un idilio que ha continuado hasta ahora, pero que ha tenido altibajos. Porque antes defendía los colores blancos de mi equipo ante todos (ser del Madrid en estas tierras no es nada fácil) y ahora cada vez me veo más alejada de lo que el fútbol representa. Se ha convertido en algo galáctico pero de verdad de la buena.

Y si no que alguien me diga cómo voy a defender fichajes por varios millones de euros, porque yo de verdad que no puedo. Teniendo en cuenta cómo lo estamos pasando miles y miles de personas en este país, me parece de una frivolidad suprema manejar semejantes cifras con la naturalidad de quien habla de unos pocos euros.

Lo peor es que nadie dice nada. Que el fichaje de Neymar cueste 57 millones de euros es normal. Que Florentino quiera que Cristiano Ronaldo sea el futbolista mejor pagado también es normal. Genial, oye. Nos quejamos de los sueldos de políticos, banqueros, cargos públicos... pero asumimos que ciertos deportistas -por su enorme contribución a la humanidad- tienen que seguir cobrando cifras astronómicas.

Y, claro, yo me pregunto de dónde sale el dinero. Porque resulta que todos, de alguna forma, pagamos el gran circo del fútbol. Leo en el Marca que en el mes de marzo la deuda de los clubes con Hacienda era de 690 millones de euros. Y que la Comisión Europea estaba investigando a España por las supuestas ventajas fiscales concedidas a clubes de fútbol profesional, en concreto, posibles reducciones de la deuda tributaria y de cotizaciones sociales. Genial. 

En este país somos así. Si mi declaración de la renta sale a pagar y no lo hago, me lo embargan y encima soy una morosa. Y lo mismo les ocurre a empresas y autónomos. Hacienda no es tan benevolente con el común de los mortales; ahora, si eres el Madrid, el Barsa o, incluso, Osasuna, hacemos una excepción y listo. Llegamos a un acuerdo y ya me irás pagando poco a poco, cuando puedas, sin prisas. Me río yo del "Hacienda somos todos".

Aquí somos muy sufridores con eso del fútbol porque los rojillos acostumbran a darnos más disgustos que alegrías. Chapó por la afición. No estaría de más que el club hiciera un ejercicio de responsabilidad social y fuera saldando la deuda que mantiene con la Hacienda navarra (de unos 30 millones de euros), sujeta a acuerdos firmados con el Gobierno foral. Osasuna, y todos los demás equipos, por supuesto.

Sé que no es popular decir esto. Y tampoco niego que el fútbol revierta en beneficios económicos y de imagen, pero resulta que hay empresas, colectivos, equipos, asociaciones, que hacen mucho por nuestra comunidad pero no reciben los mismos privilegios. Y los equipos tampoco deberían olvidar que son lo que son gracias a los aficionados que pagan abonos y entradas y compran camisetas, y a quienes siguen los partidos desde casa y alimentan los derechos de televisión.

Quizá por esto mismo, por los privilegios de clubes y jugadores, por esa sensación de que viven al margen de la realidad, mi idilio con el fútbol está, casi, en vías de divorcio.

martes, 11 de junio de 2013

De profesión, abuelo

Yo creo que si mañana le digo a mi madre que la voy a hacer abuela (de forma inminente, ya me entendéis), le da un mal. Así de claro. Porque yo a mis padres los veo en ese momento de la vida post-jubilación en el que les apetece tener tiempo para ellos, no estar sujetos a obligaciones diarias, poder viajar cuando quieran. Que sí, que eso no tendría que cambiar necesariamente si fueran abuelos. Pero, siendo realistas, es probable que les cayera un pequeño marrón en forma de cuidado de nieto o nieta con bastante frecuencia.

Porque está claro que los abuelos y las abuelas de hoy en día ejercen, muy a menudo, de segundos padres de sus nietos. Asumen parte importante de su educación y dedican muchas horas a su cuidado: a recogerlos del cole, a llevarlos al parque, a darles la merienda... a llenar, en definitiva, esa parte del día en la que los padres trabajan y no pueden compaginar como quisieran vida familiar y laboral.


Pero es que, además, y ahora me pongo seria, muchos abuelos y abuelas de hoy en día se han convertido (de nuevo) en pilar y sustento de sus familias. ¿Cuántos hijos han tenido que volver a casa por no tener trabajo ni dinero ni recursos?,¿cuántos abuelos y abuelas están dando de comer a sus hijos y a sus nietos?, ¿cuántos han hecho un hueco en sus casas para acoger a sus familias? Es triste, pero la actual coyuntura ha revertido la que hubiera sido la situación lógica: cuando se supone que los hijos tenemos que ser autónomos e independientes, nos vemos obligados a buscar de nuevo el cobijo de nuestros padres. Cuando nosotros deberíamos cuidar de los padres, ellos tienen que hacerse de cargo de nuevo de sus hijos.

Es una situación dramática y, personalmente, me produce una profunda tristeza. Porque nuestros padres han trabajado durante años por mantenernos y por darnos lo que ellos no tuvieron. Y han luchado y han peleado por construir un país mejor al que ellos han conocido. Aunque sólo sea por eso, no merecen ver cómo ese esfuerzo se queda en nada por la ambición y la mala gestión de unos pocos.

En medio de todo este desastre, vuelve a reabrirse el eterno debate de las pensiones. Y cada vez parece más cercano el día en el que se verán recortadas de nuevo. Qué queréis que os diga, me resulta de una injusticia tremenda.

Primero, porque atenta contra los derechos de nuestros mayores, que se han ganado con su trabajo y su esfuerzo cada euro que reciben al mes (y, seguramente, alguno más, porque no podemos obviar las míseras pensiones con las que viven muchas personas). 

Segundo, porque una vez más se hace recaer en las clases trabajadores el peso de los ajustes y los recortes. Quienes menos culpa tienen son los que pagan el mal hacer de otros.

Y tercero porque, para más inri, hoy más que nunca nuestros mayores son el único apoyo y sustento de familias enteras que, golpeadas por el paro y las deudas, pasan verdaderos apuros para llegar a fin de mes. La semana pasada hablaba con cariño de la "generación del tupperware". Esos tupperwares son, por desgracia, el único alimento para muchas personas.

Esto no lo digo yo. La tasa de pobreza infantil en España del 20% (según Unicef) y los más de 6.000.000 de parados hablan alto y claro de la magnitud del drama que estamos viviendo. Mirar hacia otro lado y decir que vamos por el buen camino no hace desaparecer esos datos. Porque resulta que, detrás de los datos, hay personas.

Habrá quien piense que todo esto es demagogia y que el sistema es insostenible tal y como está planteado. A mí me parece cuestión de justicia social. Y, por desgracia, cada vez queda menos.

jueves, 6 de junio de 2013

Los sabios consejos del tío Toni

Me gusta el tenis, y me gusta Rafa Nadal. No es ningún secreto. Así que estos días estoy sufriendo y disfrutando con él (desde la distancia, claro) sobre la tierra batida de Roland Garros.  

Es, objetivamente, uno de los mejores tenistas de la historia. Y, además, personifica todos los valores que deberían ir unidos a la práctica de cualquier deporte. 

Por un lado, su capacidad de lucha y de superación. Porque, sin ser técnicamente perfecto, pelea cada bola como si fuera un match-point, y disputa cada partido como si fuera el último (y así lo dice él mismo, consciente de que sufre una lesión que le acompañará de por vida). Y porque ha alcanzado un control mental y un poder de concentración que sin duda envidiarán muchos de sus rivales. Está claro que la cabeza es tan importante como el estado físico, y, sino, que se lo pregunten al Djokovic de hace unos años. Puede que Nadal no tenga el mejor saque, ni el mejor revés, ni la mejor bolea. Pero su mentalidad ganadora y su capacidad de sacrificio le hacen único.

Pero además me gusta Rafael -como diría su tío Toni- porque es un chico modesto, normal, sencillo. No, no lo conozco personalmente, ya me gustaría a mí. Me remito a los hechos, a sus entrevistas, a sus declaraciones. Y a la acertada biografía que sobre él escribió John Carlin. Os la recomiendo aunque no os gusten ni el deporte, ni el tenis, ni Nadal. Porque habla mucho y bien de cómo se construye la verdadera identidad de las personas. 



"Rafa, mi historia" explica a la perfección cómo se moldea el carácter y la forma de ser de un chico que empezó a triunfar muy pronto y que podía haberse convertido en un auténtico idiota. Ya me entendéis, un "guay" de esos que te miran por encima del hombro y se piensan que son lo más. Haberlos haylos, y lo peor es que muchos ni siquiera tienen motivos.

En fin, que me disperso. Pues eso. Que John Carlin retrata su infancia y su juventud. La educación firme de sus padres y, sobre todo, el carácter especialmente estricto de su tío y entrenador. Nada de celebraciones estúpidas ni de alabanzas gratuitas, sólo valían el trabajo duro, el aprender de los errores, el luchar por ser mejor cada día. Puede parecer exagerado, pero su día a día era -y supongo que seguirá siendo- así. Y el resultado todos los conocemos: una deportista que lo ha ganado todo y que sigue pegado a la tierra, nunca mejor dicho, con la cabeza bien amueblada.

Siempre he pensado que lo que somos viene determinado en buena parte por lo que hemos visto y aprendido en casa. Vale que el colegio influye, que hay profesores que marcan, pero son los padres quienes -desde mi experiencia- tienen el don, la virtud y la capacidad de modelar en buena medida lo que podremos llegar a ser. Nos guían, nos ponen firmes cuando hace falta, nos aconsejan, nos tranquilizan.



Y no podemos olvidarlo en este mundo en el que todos vamos tan rápido, y en el que cuesta horrores conciliar vida familiar y laboral. Ya sabéis que no soy madre, y tampoco voy a entrar en moralinas ni en filosofías baratas. Pero creo que sólo hay que pararse un momento, echar la vista atrás y recordar el papel que en la vida de cada uno hayan jugado los padres. Habrá de todo, claro está, pero seguro que a muchos se os dibuja una sonrisa y algo se os mueve por dentro. Su papel es absolutamente insustituible.

Sólo digo que hay mil factores que nos condicionan como personas, lógico. Y hay influencias externas, y hay amistades buenas y malas, y colegios, y compañeros, y puestos de trabajo... pero está claro que quienes más nos quieren, más van a velar por nuestro bienestar y más se van esforzar en nuestro proceso de crecimiento y maduración.

Rafa Nadal podía haber sido un estúpido integral, y alardear de éxitos, de fama, de dinero. Pero resulta que es una chaval que vuelve a su isla en cuanto puede a estar con los suyos, con los de siempre, como siempre.

Nos iría mejor si hubiera más gente así.

martes, 4 de junio de 2013

La generación del Tupperware

El mundo del tupperware ha evolucionado tan rápido como el del resto de las innovaciones que nos rodean. Como los móviles, las tablets o las televisiones. Ya poco queda de esos recipientes de plástico tan sencillos y con tan pocas funcionalidades. Están obsoletos. Porque ahora lo que se lleva son los tupperwares que te permiten, con un pequeño tubo, extraer el aire y guardar los alimentos envasados al vacío. Son geniales. Porque así el contenido se conserva mejor durante más tiempo.

Estoy encantada. Si antes me subía un par de tupperwares de esos básicos, ahora me puedo llevar alguno más con "ayuda humanitaria" para la semana. ¿De dónde?, os preguntaréis, pues de casa de mis padres, por supuesto. Porque yo pertenezco a la generación del tupperware, a la de esos hijos que cada domingo, tras comer con la familia, vuelven a su casa con un cargamento de fiambreras llenas de verdura, carnes, pescados o restos varios que te solucionan buena parte de la semana. Mi madre se queda mucho más tranquila, las cosas como son, porque así sabe que vamos a comer bien, que no nos vamos a apañar con cualquier cosa. Y a nosotros, claro, nos hace un grandísimo favor.
Pero es que, además, mi madre es apañada para casi todo. Lo mismo te coge el dobladillo del pantalón, que te hace gestiones en el banco, te cambia un enchufe o te cose una falda. Vamos, es el concepto de "madre-total" que, mucho me temo, está en vías de desaparecer.

Yo no soy madre. Pero os aseguro que mis habilidades con la costura no van más allá de coser un botón; de electricidad ni hablamos, porque temo por mi vida cada vez que cambio una bombilla; y en el banco siempre me hago pequeña, porque tengo la sensación (seguramente acertada) de que me timan continuamente. En la cocina me desenvuelvo mejor, pero, por supuesto, estoy a años luz de las habilidades culinarias de mi madre.

Así que, si algún día soy madre, o cambian mucho las cosas, o no me veo como una "madre total", sino más bien como una "madre desquiciada".
Partimos de la base de que las cosas han cambiado mucho -por suerte- en los últimos años. Las mujeres, integradas como estamos en el mundo laboral (ahora, por desgracia, un poco menos),no tenemos tanto tiempo para dedicar a las tareas del hogar. Y, si disponemos de menos tiempo, se trata de distribuirlo en función de nuestras prioridades. A veces hay que elegir. Mejor exprimir el tiempo con pareja, hijos, familia, amigos, que dedicarlo a coger dobladillos o llenar tupperwares. Si todo es compatible, genial. Si no, coincidiréis conmigo en que lo primero es lo primero.

Yo levantaría un monumento en honor a mi madre. Y a las madres como ella. Que han cuidado (y cuidan) de nosotros, de nuestros padres, de sus hogares, y que a menudo se encargan después de los nietos. Y todo lo hacen con absoluta diligencia, como si fueran profesionales de todo, buenas en todo. Madres, esposas, abuelas, dueñas y señoras de sus casas. Cariñosas, protectoras. Siempre pendientes de nuestras necesidades.

Mucho me meto que esa generación del tupperware será de aquí a unos años una generación perdida. Desde aquí mi reconocimiento y admiración a quienes la han hecho posible.