jueves, 30 de mayo de 2013

Que la marmota asome la cabeza (si se atreve)

Desde hace unos cuantos días (meses, yo diría) me siento como Bill Murray en "Atrapado en el tiempo". Vamos, que estoy viviendo en un continuo día de la marmota. Te levantas de la cama, subes la persiana, y tienes la sensación de que te has quedado encerrado en el 15 de noviembre de 2012. Y todos los días son 15 de noviembre, con su frío, sus nubes, su lluvia. Vamos, todo ideal.

Cuenta la película cómo Phil, un reportero de la televisión norteamericana, acude como cada año a Punxstawnwey a cubrir la información relativa al Día de la Marmota. Es una tradición curiosa pero real que se celebra en algunos puntos de Estados Unidos y Canadá para predecir el final del invierno. Si la marmota sale de la madriguera y no ve su sombra significa que el frío acabará pronto. Pero si el día está soleado y en efecto ve su sombra y regresa a la madriguera, el invierno todavía durará unas semanas más.


Aquí la marmota ni se atrevería a salir para evitar el riesgo de ser apaleada por las multitudes y no regresar jamás. Sería mejor que enviara un whatsapp desde su madriguera y dijera: "lo siento chicos, pero este año nos saltamos la primavera, y ya veré lo que hago con el verano". No, si ya nos habíamos dado cuenta.

Revivir el día de la marmota una y otra vez no tiene que ser nada fácil. Phil (Bill Murray) lo sufre en la película. Cubrir la misma noticia cada jornada me parece directamente un horror. El pobre hombre se va quedando poco a poco sin argumentos para sus conexiones en directo. Pero lo que es más horrible si cabe es amanecer cada día de tu vida bajo la nevada del siglo y con un frío que paraliza tus huesos. ¿Os lo imagináis?

Yo no puedo, os lo prometo. Creo que caería en una depresión.Y no es broma. Seguro que muchos de vosotros coincidiréis conmigo en que el clima influye en los estados de ánimo (y en la salud, por supuesto). Levantarte y ver el sol te predispone a estar mejor, más animado. Por el contrario, las nubes y la lluvia sacan a menudo nuestro lado más gruñón y nos hacen sentir tristes y decaídos.



No sé si será un tópico o no, pero en los lugares con peor clima las personas tienden a ser menos sociales. No es una decisión personal ni una predisposición natural. Simplemente se ven obligadas a pasar más tiempo refugiadas en casa y así disminuye su contacto con los demás. El encierro y la soledad -en algunos casos- condicionan el carácter y los estados de ánimo. Al contrario, en los lugares cálidos las personas salen más, son más sociables y se mantienen con mejor humor. 

Por tanto, quizá no es el clima como tal el que determina cómo nos sentimos en cada momento,sino su incidencia en nuestros hábitos de vida y en las relaciones sociales. Todo ello inevitablemente influye en nuestras actitudes y comportamientos.

Dicen los expertos que este fenómeno se conoce como "transtorno afectivo estacional" y que a menudo viene motivado por cambios hormonales, puesto que la exposición a la luz solar influye en los niveles de serotonina que produce nuestro cerebro. Si el nivel baja, nos sentimos más cansados y decaídos.

Como no soy médico, no voy a entrar en sesudas explicaciones científicas. 

Sólo espero que la marmota salga, y que salga pronto y para quedarse. Vamos, que llegue el sol a nuestros cielos... y a nuestros estados de ánimo.

martes, 28 de mayo de 2013

De cuando nos creíamos intocables

Mi madre diría que esto es un hablar por no callar. Que en boca cerrada no entran moscas. Yo digo que a veces el derecho a hablar y a expresarnos libremente es lo único que nos queda. Y eso que este blog no pretende ser foco ni de polémicas ni de temas conflictivos. La discusión no es lo mío. Aspira más bien a ser altavoz de pensamientos, reflexiones, recomendaciones, sugerencias... ideas que se pueden compartir o no pero que espero os enriquezcan y os hagan pensar (si es que hay alguien al otro lado).

Durante bastante tiempo (casi diez años) he tenido la oportunidad de trabajar en lo mío, en el mundo de la comunicación, de formas diferentes y para proyectos distintos. Han sido diez años en los que he crecido y aprendido. Pero eso acabó hace unos meses y ahora estoy embarcada en el reto de reciclarme y abrirme a nuevos horizontes. 

Está claro que ya nada es como antes. Tengo la sensación de que hubo un tiempo en el que nos creíamos intocables. Yo la primera. Y no lo digo en sentido peyorativo. Creo simplemente que nos parecía que siempre tendríamos trabajo, en lo que fuera, donde fuera, y un proyecto de vida, y un futuro, y unas aspiraciones profesionales que podrían cumplirse. 

La actual coyuntura se ha llevado de golpe y porrazo muchas de nuestras certezas vitales. Y toca aprender a convivir con la incertidumbre. Da miedo, a mí me da miedo. Porque, instalada como estaba en mi "zona de confort", el mundo es muy frío sin certidumbres que nos cobijen. Y porque implica un cambio de forma de pensar y de actuar para el que quizás no nos han educado. Y hay que empezar de nuevo, y eso nunca es fácil.



Ese proceso implica vencer muchos de los miedos que a veces nos paralizan. Yo de eso sé un rato porque soy una miedica total. Cuando me quedé sin trabajo -y aún hoy me pasa a veces-, empecé a pensar que jamás encontraría otro empleo, el que fuera. Y me sentí frustrada y fracasada. Y, lo que es peor, entendí que estaba decepcionando a quienes siempre habían confiado en mí.

Esos miedos y frustraciones no nos dejan ver la realidad, y esa realidad es que podemos, que somos capaces, que tenemos talento de sobra para hacer frente a los retos que se nos pongan por delante. Porque salir de esa zona de confort, aprender a convivir con la incertidumbre, da yuyu, claro que sí. Pero también abre ante nosotros la posibilidad de dar forma a nuestros sueños, esos que a menudo escondíamos en un cajón mientras todo nos iba bien.

Superar nuestros miedos, creer en nuestras posibilidades. Y, por supuesto, trabajar, muy duro. No hay recetas mágicas. Pero toca ser perseverantes y levantarnos cada vez que caigamos. Porque, por supuesto, también tenemos derecho a caer. Lo importante es ser capaces de reconducirnos y de mirar hacia delante, eso siempre.

El reto es tan complicado como apasionante.