martes, 18 de febrero de 2014

Y, de repente, notas que te haces mayor

Notas que te haces mayor cuando sales de marcha y, sin pisar un bar, ya estás pensando en la resaca del día siguiente. Y cuando miras al reloj para que no se te pase la última villavesa. Porque lo de ir a una discoteca -buf qué pereza- está directamente descartado.

Notas que te haces mayor cuando a tu alrededor ya no se habla de ligues ni de chicos guapos sino de pañales y extraescolares.

Notas que te haces mayor cuando te da pereza salir de casa sólo porque llueve y hace frío, mucho frío. Cuando no cambiarías el sofá y la manta por nada del mundo.

Notas que te haces mayor cuando vas a comprar una crema hidratante para la cara y te recomiendan que, ya de paso, sea anti-arrugas. Y cuando las mechas ya no son una opción sino una obligación.

Notas que te haces mayor cuando entras a Bershka y sales a los 30 segundos horrorizada por la ropa y por el volumen de la música.

Notas que te haces mayor cuando ya no tienes la genética de los 20 y no es tan fácil meterse en una talla 38 ni lucir biquini sin demasiado esfuerzo. Ahora te lo tienes que currar un poco (o bastante, yo diría).

Notas que te haces mayor cuando un niño te llama "señora" (y te dan ganas de matarlo, claro).

Pero, sobre todo, notas que te haces mayor cuando las cosas ya no son tan fáciles, cuando tienes más preocupaciones, problemas que te quitan el sueño, dudas existenciales; cuando te toca tomar decisiones importantes que, además, sólo dependen de ti.

Creo que lo estoy notando. Vamos, que me he dado cuenta de que en unos pocos meses me caerán los 34 y yo con estos pelos, casi sin enterarme.

Y, aún así, aunque nos hacemos mayores, aunque ya no somos los veinteañeros despreocupados y "japis" de la vida, daremos las gracias por estar aquí, a ratos mejor y a ratos peor, bien rodeados de gente que nos quiere, con ganas, con ilusiones, con sueños que, a pesar de los años, siguen intactos (ese viaje pendiente, ese proyecto de vida, ese trabajo por el que merece la pena luchar, ese capricho que algún día te darás -o no-).

Nos hemos llevado decepciones, nos hemos pegado "leches" importantes, y hemos intentando aprender de los fracasos y de los errores.

Y, de repente, cuando estábamos en edad de empezar a ordenar nuestras vidas, esta crisis salvaje nos la ha puesto patas arriba. Adiós trabajo de toda la vida, adiós seguridad, hola incertidumbre. 



Y en esas estamos. Dándonos cuenta de que, inevitablemente (y aunque yo soy y seré siempre "la Anica", la pequeña de la casa), nos hacemos mayores. Aprendiendo a lidiar con los nuevos problemas; conviviendo con los antiguos; y, aún así, dando gracias porque, visto lo visto, todo podría ser bastante peor.

lunes, 3 de febrero de 2014

De conflictos olvidados, o silenciados, o, simplemente, ignorados

Hace unos cuantos días leí este reportaje en El País Semanal, y ya entonces me quedé con ganas de comentarlo. No entiendo de política internacional, así que no voy a entrar a valorar cuestiones de las que no sé. Sólo voy a opinar, como humilde lectora y observadora, como oyente y espectadora.

El artículo en cuestión habla de la nueva vida que miles de refugiados sirios han comenzado en Suecia, el único país europeo que les recibe con los brazos abiertos y un generoso programa de acogida que incluye un sueldo mensual, clases de sueco, búsqueda de un apartamento y, más tarde, de un puesto de trabajo. Incluso tendrán derecho a llevar a sus familias a través de los consulados, y por la vía legal. Un auténtico lujo que, sin embargo, no está al alcance de todos. Porque salir de Siria supone mucho dinero, ponerse en manos de sabe Dios quién (mafias, en muchos casos), y cruzar toda Europa hasta llegar a un país extraño que les recibe con mucho frío, nieve, y unas pocas horas de sol. Pero también con la oportunidad de comenzar una nueva vida lejos de las bombas y la destrucción. 


Decía antes que no entiendo de política internacional, así que no voy a entrar en los motivos que puede tener Suecia para ser tan generoso. Porque cuesta pensar que semejante alarde de solidaridad y altruismo no tenga alguna contraprestación, la que sea, en forma de mano de obra, o de más población. No lo sé.

Lo que está claro es que el caso sueco es un ejemplo atípico en los tiempos que corren, tan poco propicios para la solidaridad. Es cierto que Suecia es un país rico, que no se está viendo tan golpeado por la crisis como otros estados europeos, pero no es menos cierto que su gobierno está mostrando una sensibilidad y una responsabilidad que, por desgracia, no abundan.

Porque a veces hablamos de conflictos olvidados, de guerras de las que apenas sabemos nada, de hambrunas, de tragedias que pasan más o menos desapercibidas en los medios de comunicación. Y, si no salen, es como si no existieran. No sabemos nada. No hay imágenes, ni testimonios, ni información.

Pero resulta que Siria está prácticamente a diario en periódicos, televisiones o radios. Sobrecogen las imágenes que nos golpean a menudo con personas muertas, barrios destruidos, y un país a la deriva, sin que nadie haga nada. Se iniciaron hace ya unos cuantos días las conversaciones de paz entre la oposición y el régimen sirio a miles de kilómetros de allí, en Ginebra, bajo la mediación de la comunidad internacional. Pero no hay grandes avances, y no se vislumbra ni de lejos el final del conflicto.

Una guerra que se ha cobrado decenas de miles de vidas y que ha dejado otros tantos miles de refugiados que llaman a las puertas de otros países buscando una mano tendida y la promesa de una vida mejor. Por desgracia, muchas de esas puertas están cerradas. 


No sé qué hay detrás de esa guerra fratricida, no sé qué papel puede jugar la comunidad internacional. No lo sé. Pero no es normal que nadie haga nada mientras la gente sigue muriendo, mientras se mata, se tortura, se destruye. Mientras los refugiados vagan buscando un nuevo destino en el que empezar a vivir de nuevo. Lo siento, pero no lo entiendo.