lunes, 3 de febrero de 2014

De conflictos olvidados, o silenciados, o, simplemente, ignorados

Hace unos cuantos días leí este reportaje en El País Semanal, y ya entonces me quedé con ganas de comentarlo. No entiendo de política internacional, así que no voy a entrar a valorar cuestiones de las que no sé. Sólo voy a opinar, como humilde lectora y observadora, como oyente y espectadora.

El artículo en cuestión habla de la nueva vida que miles de refugiados sirios han comenzado en Suecia, el único país europeo que les recibe con los brazos abiertos y un generoso programa de acogida que incluye un sueldo mensual, clases de sueco, búsqueda de un apartamento y, más tarde, de un puesto de trabajo. Incluso tendrán derecho a llevar a sus familias a través de los consulados, y por la vía legal. Un auténtico lujo que, sin embargo, no está al alcance de todos. Porque salir de Siria supone mucho dinero, ponerse en manos de sabe Dios quién (mafias, en muchos casos), y cruzar toda Europa hasta llegar a un país extraño que les recibe con mucho frío, nieve, y unas pocas horas de sol. Pero también con la oportunidad de comenzar una nueva vida lejos de las bombas y la destrucción. 


Decía antes que no entiendo de política internacional, así que no voy a entrar en los motivos que puede tener Suecia para ser tan generoso. Porque cuesta pensar que semejante alarde de solidaridad y altruismo no tenga alguna contraprestación, la que sea, en forma de mano de obra, o de más población. No lo sé.

Lo que está claro es que el caso sueco es un ejemplo atípico en los tiempos que corren, tan poco propicios para la solidaridad. Es cierto que Suecia es un país rico, que no se está viendo tan golpeado por la crisis como otros estados europeos, pero no es menos cierto que su gobierno está mostrando una sensibilidad y una responsabilidad que, por desgracia, no abundan.

Porque a veces hablamos de conflictos olvidados, de guerras de las que apenas sabemos nada, de hambrunas, de tragedias que pasan más o menos desapercibidas en los medios de comunicación. Y, si no salen, es como si no existieran. No sabemos nada. No hay imágenes, ni testimonios, ni información.

Pero resulta que Siria está prácticamente a diario en periódicos, televisiones o radios. Sobrecogen las imágenes que nos golpean a menudo con personas muertas, barrios destruidos, y un país a la deriva, sin que nadie haga nada. Se iniciaron hace ya unos cuantos días las conversaciones de paz entre la oposición y el régimen sirio a miles de kilómetros de allí, en Ginebra, bajo la mediación de la comunidad internacional. Pero no hay grandes avances, y no se vislumbra ni de lejos el final del conflicto.

Una guerra que se ha cobrado decenas de miles de vidas y que ha dejado otros tantos miles de refugiados que llaman a las puertas de otros países buscando una mano tendida y la promesa de una vida mejor. Por desgracia, muchas de esas puertas están cerradas. 


No sé qué hay detrás de esa guerra fratricida, no sé qué papel puede jugar la comunidad internacional. No lo sé. Pero no es normal que nadie haga nada mientras la gente sigue muriendo, mientras se mata, se tortura, se destruye. Mientras los refugiados vagan buscando un nuevo destino en el que empezar a vivir de nuevo. Lo siento, pero no lo entiendo.

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