lunes, 25 de noviembre de 2013

De quienes se benefician del sufrimiento ajeno

Buscar trabajo es una tarea ardua, complicada y, por desgracia, profundamente ingrata en los tiempos que corren. Es cuestión de llamar a muchas puertas, ventanas y agujeros si hace falta. Y, aún así, hay que aprender a manejarse con la frustración y el desencanto de recibir un "no" tras otro. A la autoestima tanta negativa le pasa factura, claro está, pero no queda otra que sobreponerse y seguir adelante con la única esperanza de que esto cambie y en algún momento suene la flauta. Con tesón, con esfuerzo, con trabajo y, sí, con ánimo, aunque flaquee de vez en cuando.

Las situaciones personales son tan variadas que es complicado, por no decir imposible, dibujar un mapa del desempleo. Hay hogares con todos sus miembros en paro, hay muchas personas cobijadas bajo la pensión de sus padres o abuelos, hay apuros para pagar hipotecas y facturas, hay números rojos y hay apreturas, muchas apreturas, cuando además el tiempo pasa y las prestaciones se agotan. Es un drama vital y social de terribles magnitudes. Un drama con un enorme coste personal, que te mina y te merma poco a poco.



Por eso, porque son situaciones dramáticas, me cuesta mucho entender cómo hay tanto aprovechado y tan poca falta de escrúpulos. El otro día leía en prensa un informe de la Asociación FACUA-Consumidores en Acción, un informe (aquí) que recopilaba las ofertas de trabajo fraudulentas más comunes. Casi todas llevan aparejado el necesario desembolso económico de unos cuantos euros por parte del interesado: bien en trámites, en llamadas de tarificación adicional o en la contratación de otros servicios. Por no hablar de los negocios piramidales, los falsos mediadores o los empleos no remunerados. Vamos, una vergüenza.

Así, de entrada, seguro que muchos pensáis que no caeríais en la trampa, que sabríais distinguir una oferta seria de un timo. Pero, por desgracia, la desesperación es muy mala, y, cuando no hay salida, uno se aferra a lo que sea, a cualquier cosa, y confía, y le engañan. 

La falta de escrúpulos de quienes se esconden detrás de esas estafas es evidente. Hacer dinero a costa de la desesperación ajena no sólo me parece profundamente inmoral, sino que, además, debería ser perseguido, penado y castigado. Porque no todo vale y porque ya bastante penosa es la situación del desempleo como para encima ser objeto de timos y engaños.

No todo son prácticas ilegales, claro está. Pero a veces uno lee ofertas de trabajo supuestamente serias y respetables ante las que no sabe si reír o llorar. Porque ahora para muchos puestos sólo les falta pedir latín. Y porque, para otros, las condiciones laborales rozan la explotación. No se trata de exigir imposibles, se trata de reclamar una mínima dignidad. 



Mucho minijob, mucho contrato autónomo con beneficios económicos dudosos, mucha flexibilidad, disponibilidad total, y así estamos. Cuando uno está desesperado todo le parece bien, claro. Pero no estaría de más pararnos y pensar un poco a dónde hemos llegado.

Porque la crisis está provocando que muchos de los logros y de las conquistas sociales que tanto ha costado alcanzar se estén quedando por el camino. Y porque no es justo ni moral ni aceptable convertir el sufrimiento ajeno en un auténtico negocio.

martes, 12 de noviembre de 2013

Yo blogueo, ellas bloguean

Hace ya seis meses que inauguré este blog y, en todo este tiempo, se ha ido haciendo con una audiencia pequeña pero fiel. Es, por ahora, lo más cercano para mí a una de esas experiencias vitales del tipo "plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo". Os aseguro que yo mimo, cuido y alimento mi blog como mi pequeño espacio en el mundo que es. Una mirada modesta y humilde a las realidades -mejores y peores- que nos rodean. Como os podréis imaginar, nació sin ninguna pretensión. Sólo la de canalizar mi gusto por la escritura y ser un vehículo de todas esas emociones, sensaciones, sentimientos, reflexiones... que a una le pasan por la cabeza y que muchas veces se quedan en el tintero. 

Para mí también tiene algo de impúdico, de exhibicionista. No sé si he escogido bien las palabras. La cuestión es que yo soy terriblemente pudorosa para exponer ciertas partes de mí (no me seáis mal pensados), y este blog ha sido un reto personal a la hora de mostrarme tal y como soy, de superar vergüenzas y recelos. 

Y eso que el pudor, creo, no abunda en muchos de los blogs que circulan por la red, y que sí han hecho de la actividad frente al ordenador un auténtico negocio y un modo de vida. Hoy no vengo a hablar de mí, no os asustéis; vengo a hablar de otras personas que sí hablan de sí mismas. Sin acritud, qué conste. Sólo como ejemplo de un fenómeno cada vez más extendido a través de internet: el fenómeno de las (y los) egobloggers.


¿Sabéis de qué hablo? De aquellas personas que han construido un blog en torno a sí mismas. Estoy pensando especialmente en el mundo de la moda. Es el ejemplo más claro. No sé exactamente cuándo ni dónde nacieron, pero hoy en día proliferan las bitácoras en las que se exhiben modelitos, conjuntos, sugerencias... Hay famosas, como la actriz Paula Echeverría, pero, sobre todo, hay mucha gente anónima tocada por una barita mágica y que ha hecho de una actividad tan aparentemente sencilla como enseñar su armario por capítulos, su modo de vida.

Lo hacen, por su puesto, bajo el paraguas de algunas marcas. Porque no todo es casual en esta vida, no siempre recomiendan ciertas firmas, ciertos productos, sólo porque les gusten y les vayan bien. Lo hacen porque están "patrocinadas", porque son las (y los, que también hay hombres en este mercado) auténticas prescriptoras del siglo XXI. 

No está mal. Supongo que, si hay oferta, es porque cada vez hay más demanda. Porque ni la televisión ni las revistas son suficientes; ahora las tendencias se cuecen en los blogs, y es ahí donde podemos encontrar ideas y sugerencias para el día a día. Si te interesa el tema, claro.

Yo sigo algunos de estos blogs más por interés profesional que por un afán de imitar sus estilismos. Y veo, a menudo, un exceso de ego que me chirría un poco. Porque ya el protagonismo no está en la ropa, ni en los zapatos, ni en bolsos, si no en ese afán por ser "alguien", por tener un nombre, por cobrar protagonismo.

Observo, además, una frivolidad y un gusto por lo superfluo que choca un poco con la realidad que nos rodea. Mucho glamour, mucho viaje, mucha firma cara, que, seamos realistas, poca, muy poca gente se puede permitir en los tiempos que corren. Quizá haya quien observe esas vidas como el ideal de lo que le gustaría tener y no tiene. Lo que anhelamos pero no alcanzamos. No lo sé.

Y, por último, se aprecia cierto gusto por el exhibicionismo. Hace unas pocas semanas estrenó blog Sara Carbonero para la revista Elle ("Cuando nadie me ve"). Tengo que confesar que me sorprendió. Es alguien que, a priori, trata de preservar al máximo su privacidad. Y, de la noche a la mañana, habla de los restaurantes a los que va, de cómo es su mesilla de noche, o de sus prendas fetiche. ¿Lo hace por dinero? Por necesidad, desde luego, no creo... Las marcas estarán encantadas porque, como buena it girl que es, todo lo que toca se convierte en oro. Ahora, ¿y la intimidad que tanto defiende?

En fin, ahí lo dejo. Sobra decir que, si eso es lo que os gusta, no lo vais encontrar por estos lares. Entre otras cosas, porque no creo que ni mi vida ni mis estilismos sean de interés para nadie. Aunque está claro que, por este camino, no creo que ninguna firma me patrocine.

martes, 5 de noviembre de 2013

No estoy hecha para este mundo

¿Visteis hace unos días el vídeo de un bebé que lloraba emocionado al escuchar a su madre cantar? A mí me encantó. No soy muy dada a navegar por YouTube, y menos aún a dar pábulo a los padres que se dedican a grabar todo lo que hacen sus hijos con la esperanza de encontrar algo que merezca la pena compartir en las redes sociales (¡he dicho!), pero lo vi en un periódico digital primero y en un informativo de televisión después y  me pareció curioso, de verdad que sí. Porque observar los gestos y las expresiones de esta niña de sólo diez meses como que te llega, te transmite.

También os digo que, si sigue así, esta pobre mujer está llamada a convertirse en una sufridora nata. Y lo digo por experiencia. Porque yo soy una llorona, a mí todo me conmueve, con todo empatizo. Y, claro, así me va. Se me puede caer la lágrima viendo un informativo, en el cine, con una canción o cuando alguien me cuenta sus penas. Y es duro, os lo prometo. Porque yo tengo muy claro que el mundo no está hecho para la gente sensible. Es así.


Basta con leer la prensa o ver un informativo. Las noticias trágicas se suceden una tras otra. Mineros que fallecen por escapes de gas, accidentes de tráfico, periodistas asesinados en Malí, mujeres víctimas de la violencia de género, atentados terroristas, inmigrantes que pierden la vida en el mar, desahuciados... En fin, no hace falta que siga, ¿no? Creo que sabéis perfectamente a lo que me refiero.

Me pregunto si, ante tanto drama vital, tendemos a anestesiarnos. Si, de alguna forma, nos volvemos inmunes ante el dolor ajeno. Si pensamos eso de "ya tengo bastante con lo mío, como para mirar más allá". La cuestión es que, como ya comentaba en otro post, contemplar el mundo que nos rodea produce auténtico pavor. Y no creo que podamos ni debamos hacer como si nada.

Sobre todo porque tengo la plena convicción de que muchos de esos dramas que nos sacuden a diario son evitables. Hay accidentes sobrevenidos, sí, pero también hay muchos tipos de violencia que podríamos combatir desde la educación, el respeto y la tolerancia (ojo a los conflictos religiosos, a las luchas fratricidas entre pueblos), y hay penurias económicas contra las que luchar desde un reparto más justo y equitativo de los recursos. 

Creo que puedo sonar utópica y hasta demagógica. Probablemente. Pero no me resigno a cerrar los ojos a todo el dolor y al sufrimiento que nos rodea, por duro que sea. Ocurre aquí al lado, cerca de nuestra casa. No creáis que hay que irse muy lejos.
Lo fácil para huir del dolor ajeno es caer en el egoísmo y encerrarse en los problemas propios (que haberlos, haylos), cerrando los ojos al resto. Pero, ¿y si todos hacemos lo mismo?, ¿hacia dónde vamos? La respuesta asusta. Sólo sé que no vale hacer como si nada.