martes, 11 de junio de 2013

De profesión, abuelo

Yo creo que si mañana le digo a mi madre que la voy a hacer abuela (de forma inminente, ya me entendéis), le da un mal. Así de claro. Porque yo a mis padres los veo en ese momento de la vida post-jubilación en el que les apetece tener tiempo para ellos, no estar sujetos a obligaciones diarias, poder viajar cuando quieran. Que sí, que eso no tendría que cambiar necesariamente si fueran abuelos. Pero, siendo realistas, es probable que les cayera un pequeño marrón en forma de cuidado de nieto o nieta con bastante frecuencia.

Porque está claro que los abuelos y las abuelas de hoy en día ejercen, muy a menudo, de segundos padres de sus nietos. Asumen parte importante de su educación y dedican muchas horas a su cuidado: a recogerlos del cole, a llevarlos al parque, a darles la merienda... a llenar, en definitiva, esa parte del día en la que los padres trabajan y no pueden compaginar como quisieran vida familiar y laboral.


Pero es que, además, y ahora me pongo seria, muchos abuelos y abuelas de hoy en día se han convertido (de nuevo) en pilar y sustento de sus familias. ¿Cuántos hijos han tenido que volver a casa por no tener trabajo ni dinero ni recursos?,¿cuántos abuelos y abuelas están dando de comer a sus hijos y a sus nietos?, ¿cuántos han hecho un hueco en sus casas para acoger a sus familias? Es triste, pero la actual coyuntura ha revertido la que hubiera sido la situación lógica: cuando se supone que los hijos tenemos que ser autónomos e independientes, nos vemos obligados a buscar de nuevo el cobijo de nuestros padres. Cuando nosotros deberíamos cuidar de los padres, ellos tienen que hacerse de cargo de nuevo de sus hijos.

Es una situación dramática y, personalmente, me produce una profunda tristeza. Porque nuestros padres han trabajado durante años por mantenernos y por darnos lo que ellos no tuvieron. Y han luchado y han peleado por construir un país mejor al que ellos han conocido. Aunque sólo sea por eso, no merecen ver cómo ese esfuerzo se queda en nada por la ambición y la mala gestión de unos pocos.

En medio de todo este desastre, vuelve a reabrirse el eterno debate de las pensiones. Y cada vez parece más cercano el día en el que se verán recortadas de nuevo. Qué queréis que os diga, me resulta de una injusticia tremenda.

Primero, porque atenta contra los derechos de nuestros mayores, que se han ganado con su trabajo y su esfuerzo cada euro que reciben al mes (y, seguramente, alguno más, porque no podemos obviar las míseras pensiones con las que viven muchas personas). 

Segundo, porque una vez más se hace recaer en las clases trabajadores el peso de los ajustes y los recortes. Quienes menos culpa tienen son los que pagan el mal hacer de otros.

Y tercero porque, para más inri, hoy más que nunca nuestros mayores son el único apoyo y sustento de familias enteras que, golpeadas por el paro y las deudas, pasan verdaderos apuros para llegar a fin de mes. La semana pasada hablaba con cariño de la "generación del tupperware". Esos tupperwares son, por desgracia, el único alimento para muchas personas.

Esto no lo digo yo. La tasa de pobreza infantil en España del 20% (según Unicef) y los más de 6.000.000 de parados hablan alto y claro de la magnitud del drama que estamos viviendo. Mirar hacia otro lado y decir que vamos por el buen camino no hace desaparecer esos datos. Porque resulta que, detrás de los datos, hay personas.

Habrá quien piense que todo esto es demagogia y que el sistema es insostenible tal y como está planteado. A mí me parece cuestión de justicia social. Y, por desgracia, cada vez queda menos.

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