martes, 13 de agosto de 2013

Practicando el sano ejercicio de cambiar de piel

El otro día me contó mi madre que habían ayudado a un chico camerunés que vive en la comarca. Resulta que se había pasado por una zona de huertos pidiendo algo de comer. Mi padre le dio algo en el momento y le emplazó al día siguiente para poder prepararle una bolsa en condiciones. Productos del huerto, y alguna cosa más que mi madre compró en el supermercado, ropa... en fin, lo básico para ir tirando durante unos días. Les contó que tiene 35 años y lleva 9 en España. Pero que, como ya no hay trabajo, sólo aspira a reunir el dinero suficiente para regresar a su país. Adiós a Europa, adiós al sueño de una vida mejor.

A mí me lo contaba mi madre y se me caía el alma a los pies. Porque, oye, yo tampoco tengo trabajo, pero sé que, al menos, no voy a pasar hambre. Que tengo a mi familia cerca, a mi pareja, a mis amigos. Que no estás tú sola con tu sufrimiento. Que muchas veces, cuando lo veo todo negro, no me consuela. Pero que ya es mucho saberte acompañada y respaldada.

En cambio, haciendo el sano ejercicio de cambiar de traje y ponerte en la piel de otro, es fácil entender su agonía. Y la de otras muchas personas como él. La de quienes se ven solos, sin trabajo, sin casa, sin dinero, sin presente ni futuro. Él dice que no quiere caridad, sólo poder trabajar y volver a Camerún.

Ese fenómeno, el de inmigrantes que están retornando a sus países de origen, crece cada día. España ya no es el paraíso de oportunidades al que muchos acudían buscando algo mejor. Ya no hay trabajo, se recortan los servicios y las prestaciones sociales, y hay a quienes no les queda más remedio que hacer las maletas y marcharse con las ilusiones frustradas y los bolsillos vacíos.

Es curioso. Hace sólo unos años, muy pocos, nos alertaban de que el número de inmigrantes se desbordaba. Casi nos hacían pensar que se iban a quedar con el trabajo, con los pisos de protección oficial, con las prestaciones públicas... Aun cuando era un hecho que -tristemente- a muchos de ellos les quedaban los peores empleos, los que no quería nadie. Sólo que ahora ya no sobran trabajos. Todo nos viene bien.

Hoy el fenómeno se ha invertido. En todos los sentidos. Muchos inmigrantes vuelven a casa. Y muchos españoles emigran a Alemania, a Inglaterra o a América del Sur buscando las oportunidades que no les brinda su país. Somos nosotros los nuevos emigrantes de siglo XXI.

Y conviene no olvidarlo y tener un poco de memoria histórica. Porque hoy nos toca a nosotros salir, como ocurrió en un pasado no tan lejano, y queremos que nos reciban con los brazos abiertos, con trabajo y con unas condiciones dignas. La vida da muchas vueltas. Y hemos pasado de acogedores a acogidos en tiempo récord. 

Ofrezcamos a los demás lo mismo que ahora pedimos para nosotros, estemos donde estemos. Por tópico que parezca. Practiquemos más a menudo el ejercicio de cambiar de piel, de ponernos en el traje de quienes tenemos cerca (y no tan cerca). Que ese sufrimiento tampoco nos sea ajeno. Que la crisis no acabe por deshumanizarnos del todo. 

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