martes, 17 de septiembre de 2013

Las desventajas de ser un marginado

Ahora que los centros comerciales nos animan a acabar de equiparnos para la vuelta al cole, me viene a la mente una película que vi hace no mucho y que me encantó. Aunque el título, de entrada, dé un poco de susto. Hablo de "Las ventajas de ser un marginado", film alabado por la crítica, y con razón, porque ahonda, con buen gusto y mucho corazón, en el peregrinar de un joven adolescente hasta que encuentra a personas con las que por fin se identifica y se siente integrado.

Es relativamente fácil empatizar con Charlie, el protagonista, ese adolescente inteligente y talentoso pero tímido y callado como él solo. Aspirante a escritor. Sufrido enamorado. Vamos, con todos los ingredientes para ser un marginado. Porque no juega al fútbol americano, ni sale con una animadora, ni es guay. Seguro que más de uno sabe de lo que hablo.


Charlie lo pasa mal, claro, porque -al margen de otras cuestiones (que no os voy a desvelar, nada de spoilers)- se siente solo y sufre en silencio su soledad, contando los días para salir de esa cárcel que es el instituto y empezar de cero lejos de ahí. Lo bueno es que logra romper el aislamiento y dar con gente que le entiende, que le escucha, y que le quiere tal y como es.

La película está ambientada en los inicios de la década de los 90, pero no tengo ninguna duda de que algunas cosas tampoco han cambiado tanto desde entonces. Leo por ahí que en esta época del año muchos padres viven una auténtica tortura. Porque son conscientes de que, con la vuelta al cole, sus hijos sufren vejaciones, amenazas, insultos... en definitiva, que son víctimas del conocido como bullying o acoso escolar. 

No soy ninguna experta en la materia, pero, buscando información sobre el tema, veo varios artículos que coinciden en un dato: uno de cada cuatro estudiantes españoles sufre o ha sufrido esta forma de maltrato en las aulas. Y es un dato realmente alarmante, ¿no os parece? Porque, detrás de estos casos, se esconden mucho dolor, mucho sufrimiento en silencio, traumas que, sin duda, les dejarán huella y les pasarán factura en otros momentos de su vida. Dicen los profesionales que los efectos devastadores son parecidos a los que sufren las mujeres maltratadas. Con el añadido de que hablamos, casi siempre, de niños, o de adolescentes, que tienen, si cabe, menos capacidad de entender qué ocurre, qué han hecho en su vida para merecer semejante castigo en las aulas.

Pero, ojo, que detrás de los acosadores no siempre hay grandes dramas vitales. Muchas veces, dicen los expertos, son chavales de clase media-alta, que tienen problemas en casa, y que pagan su frustración ensañándose con los más débiles. Añaden que, en otras ocasiones, el acoso escolar esconde grandes envidias hacia otros compañeros más inteligentes, o más brillantes, o graciosos, o incluso populares. No hay motivaciones únicas.

Sea como sea, lo cierto es que algo falla en la sociedad cuando niños y jóvenes se convierten en maltratadores prematuros, en acosadores. Y no sé cuál es el problema. ¿Qué estamos haciendo mal?, ¿es la educación?, ¿es cuestión de carácter?, ¿existe una predisposición natural a ejercer esa forma de violencia? Me cuesta creerlo. Más bien pienso que, en efecto, fallan los pilares de la educación. O es que los padres se desentienden, o prefieren mirar hacia otro lado cuando intuyen que algo puede pasar, o directamente ni se plantean que sus hijos puedan ser unos acosadores.

La historia de Charlie está bien. Porque él consigue estar por encima de las críticas y las burlas. Tiene personalidad suficiente para poder con eso y con mucho más. Pero no todos los menores son capaces de afrontar solos las situaciones de acoso. Y en esos casos es difícil encontrar las ventajas a eso de "ser una marginado". 

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