martes, 1 de octubre de 2013

Reivindicando el derecho a la pataleta

La semana pasada tuve unos cuantos días de mierda. De esos en los que estás como mal. Y yo, cuando estoy triste, o desanimada, o lo que sea, me encierro en mí misma y me pongo insoportable. Lo peor es que soy perfectamente consciente porque no me aguanto ni yo, pero tampoco puedo hacer nada por remediarlo, sólo esperar a que amaine la tormenta. Y es una pena, la verdad. Porque ya me gustaría a mí estar bien y contenta la mayor parte del tiempo.

Pero no siempre se puede, ¿no os parece? A mí, cuando alguien me pregunta cómo lo llevo (en referencia a mi situación -o no situación- laboral), siempre digo lo mismo: "a días". Es normal, supongo. Cuando algo en tu vida no va todo lo bien que a ti te gustaría, pues lo gestionas como puedes. Hay momentos en los que estás positiva, optimista, y confías en que lo malo pasará y vendrán tiempos mejores; hay otros en los que sólo ves oscuridad. Por más que te empeñes, no alcanzas a vislumbrar la luz. Pues así más o menos estuve yo la semana pasada, para que me entendáis, en modo "atrapada en los pensamientos negativos".


No es lo ideal, claro está. Pero esos momentos también forman parte de la vida. Y hoy he decidido reivindicarlos desde aquí. Porque sí, porque todos tenemos derecho a estar mal, tristes, enfadados con el mundo, lo que sea. Y a decirlo, o a no decirlo. Pero a pasar por ellos sin tener que sentirte culpable por no estar contento y feliz, que parece que es lo que el mundo siempre espera.

Lo digo porque tengo la sensación de que en esta sociedad nuestra parece que está mal visto eso de encontrarse de bajón. Huimos de sentimientos como la tristeza, la soledad, el miedo, como si, por hablar de ellos tranquilamente, se nos fuera a pegar algo, nos fuéramos a contagiar de esas sensaciones que, por otra parte, son inherentes a la vida misma.

Ya sabemos que las cosas están mal, claro. Y que mucha gente sufre. Y tampoco hay que esconderlo. La realidad es que hay personas con depresión, con cuadros de ansiedad, de insomnio. Y la crisis ha multiplicado estas cifras. Hay gente angustiada porque no tiene trabajo, ni recursos, porque puede perder -o ha perdido- su casa... También hay quienes sí conservan su empleo pero viven con miedo permanente e incertidumbre por lo que pueda pasar. Y, además, hay enfermedades, problemas familiares, de pareja... en fin, todas esas situaciones con las que, por desgracia, nos toca lidiar a lo largo de la vida.

No pasa nada por hablarlo, por preguntar a alguien "cómo está" y que nos responda con sinceridad. Y ser capaces de escuchar sin salir corriendo, y de ayudar en la medida de lo posible. Un poco de empatía, por favor. No por huir del dolor, ni por esconderlo, vamos a conseguir que desaparezca.


Lo veo muy claro en el universo de las redes sociales. Son herramientas de comunicación fantásticas y llenas de posibilidades, pero también se convierten, a veces, en el paraíso de la frivolidad, la falta de pudor y el exhibicionismo de lo ideal y estupenda que es la vida de la gente. Genial. Pero qué pocas veces se ve justo lo contrario. Porque digo yo que esa gente que alardea de lo que mola todo también tendrá momentos un poco bajos, ¿no? Pero, claro, eso no es cool, eso mejor dejarlo en casa.

Si alguien te dice siempre que todo es ideal, maravilloso y estupendo, duda. Porque creo que, objetivamente y por más que nos empeñemos, la vida no es así. Sólo nos falta reconocerlo y aprender a vivir con ello.

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