martes, 24 de septiembre de 2013

Cuando la generosidad es infinita

El sábado vi muy claro de qué tenía que hablar esta semana en el blog. Primero, porque se celebraba el Día Mundial del Alzheimer, y a mí ésta es una enfermedad que me aterra y que me parece extremadamente cruel. Si nos quitan los recuerdos, ¿qué nos queda? Si olvidamos a quienes más hemos querido, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Duro, muy duro, tiene que ser combatir con ella cada día. Dan fe quienes cuidan a sus enfermos desde el cariño, el respeto y la admiración, pero también desde el dolor de saber que luchas contra un enemigo mucho más fuerte que tú. Y, por desgracia, todavía invencible.

La segunda razón del tema de este post es que el sábado estuvimos visitando a la abuela de mi pareja. Ella, a sus 93 años, se aferra a la vida con auténtico coraje, aun cuando la hemos dado por perdida en varias ocasiones. Ahí está, en su casa, en su cama, toda guapa, cuidada con mimo y detalle por sus hijos. Ellos son sin duda los artífices de que siga ahí, peleando día a día. Los que le dan fuerza y ánimo.

Ellos, los cuidadores.
Lo veo en mi tía, que lleva ya dos años acompañando a su marido en la enfermedad. Día a día. Noche tras noche. En casa, en el hospital, en urgencias. Sin permitirse el lujo de caer, siempre pendiente, siempre entregada.

Lo veo en la madre y los tíos de Mikel. Y, sobre todo, en su tía Angelines, conviviendo a diario con la vejez y todo lo que ello supone, el declive, la pérdida. Cuidar de una persona cada vez más dependiente, que requiere mayores atenciones, que te reclama tiempo, tu tiempo. Pero es que resulta que esa persona es su madre. Y, en el caso de mi tía, es su compañero del alma. Y ahí uno no duda. Está donde tiene que estar. Se entrega, se da. 

La generosidad de los cuidadores es infinita. Su papel es esencial, porque alguien tiene que estar ahí, pendiente de nuestros mayores, de los enfermos, de las personas discapacitadas. De quienes, por diversas circunstancias de la vida, no pueden valerse por sí mismos y precisan de una ayuda más o menos constante. Y a menudo lo hacen sin contraprestaciones. Sólo por amor, claro está, y como ejercicio de responsabilidad. Pero también es mucho lo que los cuidadores dejan por el camino, y hay que reconocer ese esfuerzo y esa dedicación. Porque lo que entregan es su tiempo y, con él, gran parte de su vida pasada.
Por eso, y porque los cuidadores realizan un trabajo tan silencioso como poco reconocido, creo que habría que defender con uñas y dientes la Ley de Dependencia y no permitir que se convierta en algo residual, que es precisamente lo que está pasando con los sucesivos recortes en políticas sociales. Porque tanto las personas dependientes como sus cuidadores se merecen una ayuda y un reconocimiento social. Si queremos vivir más, que sea con calidad. Si la esperanza de vida sigue siendo una de las más altas del mundo, que sea con derechos y garantías.

No olvidemos, además, que un país no avanza si no investiga. En todos los campos. Enfermedades como el Alzheimer bien merecen un esfuerzo tanto público como privado para buscar fármacos, vacunas, algo que dé un poco de esperanza si no a las generaciones presentes, sí al menos a las venideras.

Y reconozcamos a nuestros cuidadores. Porque ellos, que lo dan todo, también lo merecen todo.

PD. Lo prometido es deuda, así que, Angelines, este post va por ti. Por tu entrega, tu generosidad, y la sonrisa con la que nos recibes siempre. A ti, y a los que son como tú.

1 comentario:

  1. ¿Y quién cuida a los cuidadores? Porque muchos se dejan su propia vida por el otro pero pocos piensan en sus necesidades de respiro, de apoyo psicológico, de reconocimiento...
    Me sumo al agradecimiento a todos los cuidadores, que abnegada y generosamente dedican su tiempo, muchos su vida, a los demás.
    Si todos fuéramos tan solidarios y entregados como ellos, el mundo sería mucho mejor.
    Aunque no te conozco, gracias Angelines, y gracias a todas las angelines que, afortunadamente, sigue habiendo.

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