martes, 8 de octubre de 2013

Cuando mirar al mundo asusta (y mucho)

Dos noticias me han dejado muda (y mirad que eso es difícil) en los últimos días. La más reciente, el trágico accidente en Lampedusa del barco en el que viajaban 500 inmigrantes. Sólo se ha rescatado con vida a 150 de ellos. Un horror. Una nueva sacudida a la Europa del confort que, a pesar de la crisis y la recesión, sigue siendo el sueño de miles y miles de personas -africanas en este caso-, que buscaban un futuro mejor para ellas y para sus hijos. Una vergüenza, como dijo el Papa Francisco. Una vergüenza y un fracaso, sin duda, de las políticas migratorias. Porque no sólo en Italia, sino también aquí en España sabemos muy bien de dramas de este tipo, de inmigrantes que se dejan los sueños y la vida en el mar.

La otra noticia que me tiene impactada es la violenta muerte de la pequeña Asunta en Teo, A Coruña. Creo que no hace falta que os dé más datos porque el caso se ha convertido, sin duda, en uno de las más mediáticos de los últimos tiempos. No sé si por puro morbo o por el horror que puede suponer el que unos padres se conviertan en presuntos asesinos -con absoluta premeditación- de su propia hija.

Si es que ha sido así, claro. Todo parece a simple vista tan claro, tan evidente, que a buen seguro muchos de vosotros ya habéis juzgado y condenado a Rosario Porto y Alfonso Basterra. Confieso que yo lo he hecho. Supongo que es inevitable. Al menos si lees la prensa, escuchas la radio y ves la televisión. Todo apunta a ellos, por mucho que se declaren inocentes. Pero a veces me asalta la duda. ¿Y si hubiera algo más o alguien más que se nos escapa?


Me viene a la mente estos días el caso de Rocío Wanninkhof, la joven asesinada hace 14 años. Dolores Vázquez fue juzgada y condenada por la Justicia y por la opinión pública, por mucho que ella insistiera una y otra vez en su inocencia. Y hoy seguiría cumpliendo condena en la cárcel si no hubiera aparecido el verdadero verdugo de la joven. La mujer fue puesta en libertad, pero puedo suponer que es complicado, por no decir imposible, rehacer tu vida en el mismo país que te ha visto durante años como una asesina fría y calculadora. Hoy, al parecer, Dolores vive en un pueblo cercano a Londres. La huella del caso de Rocío Wanninkhof la ha dejado marcada de por vida.

¿Por qué recuerdo esto? Porque no dejo de pensar -desde la "deformación" profesional que da el periodismo- si se está respetando en los medios la presunción de inocencia de los padres de Asunta. Si no es cierto que a su madre ya la vemos como a una persona fría, psicótica, posible asesina de su hija, que ya la intentó matar en el pasado, y que incluso podría estar involucrada en la muerte de sus padres. Ahí es nada. Si esto se demuestra, por supuesto, que la Justicia sea firme y ejemplificadora. Con ella y con su ex marido. Pero, ¿y si no es así?

La respuesta asusta. Porque está claro que esas personas quedarían marcadas de por vida y el horror les acompañaría siempre, y en cada lugar, fueran donde fueran. Porque la opinión pública ya ha emitido su veredicto. Y ése es muy difícil de borrar. 


No quiero obviar tampoco el trato morboso y sensacionalista que la noticia ha recibido y sigue recibiendo en algunos medios de comunicación, en informativos, programas de entretenimiento y tertulias. Ver a los colaboradores de Sálvame hablar del caso de Asunta como si tuviera datos objetivos me pone los pelos como escarpias. Y asistir a cómo algunos hablan sobre hipótesis y conjeturas sin base científica ni pruebas, también.

Porque el periodismo, desde luego, no es eso. No es ni opinión ni suposición. Es información, objetiva y demostrable. Y también es presunción de inocencia.

No vengo hoy aquí a dar lecciones a nadie, por supuesto. No soy quién para hacerlo. Pero sí os invito a ser más críticos. A practicar más a menudo el sano ejercicio de pararse y reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor, sobre las cosas que nos cuentan y cómo las cuentan. Y a no juzgar de antemano. Ese ejercicio, el de no prejuzgar, tan útil en nuestra vida cotidiana, es igualmente necesario desde la posición de lectores, oyentes o espectadores.

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