martes, 17 de diciembre de 2013

El hambre es un crimen

Todavía me dura el mal cuerpo que este fin de semana me dejó la noticia de la muerte de tres miembros de una familia de Alcalá de Guadaíra, según las primeras hipótesis, intoxicadas tras el consumo de alimentos en mal estado. La investigación apunta ahora a que la comida fue adquirida en buen estado, y que algo ocurrió en el domicilio que provocó su posterior contaminación. Parece descartarse la hipótesis inicial de que fuera recogida en contenedores o en la calle, como se apuntó en un primer momento. Lo cual no oculta, sin duda, una realidad que desde hace meses es visible en nuestros pueblos y ciudades, la de personas que hurgan entre la basura buscando restos de comida. Es una realidad cruda, dura, desoladora, y muchos otros adjetivos que prefiero ahorrarme por educación, pero que debería sacar los colores a éste nuestro Estado del Bienestar.

Hace sólo unas semanas asistimos a una nueva Gran Recogida del Banco de Alimentos. Superó todas las expectativas y evidenció que, por suerte, la generosidad y la solidaridad de los ciudadanos, incluso de aquellos que no andan precisamente sobrados, es infinita y digna de reconocimiento. Porque, una vez más, somos nosotros, los ciudadanos de a pie, las "clases medias", quienes asumimos y gestionamos algunas de esas situaciones profundamente injustas y devastadoras que la crisis ha dejado a nuestro alrededor y en nuestras propias casas.


Yo contribuí a la Gran Recogida con mi madre, cada una cargada con su bolsa de productos no perecederos y la ilusión de poder ayudar a alguien con un gesto a priori tan pequeño pero tan grande al mismo tiempo. Mi madre me contaba que, como por desgracia pasó hambre de pequeña y también recibió ayuda, le gusta poner su grano de arena, como otros lo hicieron por ella en el pasado. En ese pasado no tan lejano, pero sí muy distinto a nuestro presente. Y, sin embargo, retazos de aquellos años de penurias regresan ahora para recordarnos que ese Estado del Bienestar no era ni tan seguro ni tan cómodo como nos querían hacer creer.

El país vuelve a estar invisiblemente dividido entre quienes andan sobrados, quienes van tirando como pueden, y quienes pasan hambre, rebuscan en la basura y sufren para mantener un techo que les cobije. A más de uno se le debería caer la cara de vergüenza. Como al señor Blesa y sus encargos de caviar mientras arruinaba a miles de personas con las preferentes de Caja Madrid. Por poner un ejemplo reciente, vaya.


Esos mismos días de enorme trabajo para el Banco de Alimentos, la Gran Recogida compartía espacio en los supermercados con los productos navideños, los turrones, los ibéricos, los patés, los licores, que presidirán muchas mesas durante las próximas navidades. A mí la situación -os lo aseguro- me produjo cierto malestar. Enormes palets de arroz, pasta, galletas y otros productos de primera necesidad desafiaban a los delicatessen y a los caprichos gastronómicos que, probablemente, dejarán más de una cartera temblando en las próximas semanas.

Buena metáfora de esa España de realidades antagónicas a las que nos está llevando esta crisis sin fin. Sólo espero que la brecha no llegue a ser tan grande que se convierta en insalvable. 

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