martes, 14 de enero de 2014

Yo no soy tonta

Que un abogado de la Infanta asegure que ella actuó "por fe y amor a su marido" y desde la absoluta confianza me parece un insulto a la inteligencia. Así de claro. Porque vaya, es como venir a decir que las mujeres somos tontas, no nos enteramos de nada y todo nos parece tan normal. No preguntamos, no nos cuestionamos, sólo "vemos, oímos y callamos". ¿Alguien se lo cree?

Digo esto porque estamos asistiendo a la estrategia de "defensa" de Doña Cristina (aquí, ante todo, a la gente se le trata con respeto) y no doy crédito ante la sucesión de despropósitos que tiene una que escuchar. Uno de los últimos, venir a decir que su declaración es "voluntaria". Sí, claro. Tan voluntaria que llega única y exclusivamente tras la imputación y porque no queda más remedio, que sí que podía haberlo hecho a petición propia y, en cambio, le pareció mejor empezar una nueva (y cómoda) vida en Suiza, ajena al ruido, a los focos y a la presión mediática.

Pero, en fin, que yo quiero pensar que no somos tontos y que esta vez no va a colar. Que todos sabemos hacernos los suecos, mirar hacia otro lado, y aquí paz y después gloria. Pero de ahí a que no supiera lo que estaba pasando va aun trecho, un trecho bastante grande, por cierto.

Porque digo yo que algo le tenía que parecer raro. A ver, pongámomos en situación. Ella, con su trabajo en la Caixa; él... pues eso, con su Instituto Nóos, su Aizoon y sus cosicas. Y de repente, de la noche a la mañana, los ingresos se multiplican y se compran un palecete en Pedralbes. Y luego, ala, a tirar de la Visa de Aizoon para celebrar fiestas, comer sushi, aprender a bailar salsa y viajar a Brasil. Pues chica, qué quieres que te diga, a mí algo ya suena raro en todo esto. Sobre todo si ella trabaja en una Caja y se mueve entre cifras y facturas a diario.

Vamos, que es como si me viene un día mi Mikel y me dice que nos vamos a vivir a Gorráiz, se me presenta con un Louis Vuitton, me invita a comer al Rodero y me regala un viaje a Japón. Y todo eso sin lotería ni primitiva de por medio. Ojiplática me quedaría; vamos, que a mí algo ya me parecería raro en todo eso. Podría hacerme la tonta (o la lista, mejor dicho) y, ala, ancha es Castilla, a vivir se ha dicho. Pero no por ello dejaría de asumir que algo raro -muy raro- está pasando. Que el dinero no se multiplica de la noche a la mañana. Ya nos gustaría a nosotros.

Así que está muy bien que los abogados busquen sus argumentos y esas cosas. Sólo faltaba. Para eso están. Pero, por favor, que no nos traten por tontos, que ya bastante tiene que aguantar el ciudadano de a pie en los tiempos que corren como para que encima jueguen con su inteligencia.

Y que conste que yo defiendo la presunción de inocencia. Por supuesto. Pero, llegados a este punto, con tanta filtración, con tanta factura sospechosa, con emails comprometidos, la única defensa posible es que la Infanta hable y se explique alto y claro. Y, si de verdad vivía en la más absoluta ignorancia, pues oye, chapó por ella, seguro que era de lo más feliz.

Pero, si se demuestra que sabía y callaba, o que era cómplice, o que había cierta connivencia, pues que asuma las consecuencias. Como hacemos los demás cuando nos equivocamos. Como el que roba para dar de comer a sus hijos y acaba en la cárcel. Con el agravante de que, en este caso, creo que necesidad, ninguna. Más bien ambición, pura y pura.

En fin, sólo espero que, en un sentido o en otro, podamos recuperar la confianza en la Justicia, que tan maltrecha anda en los últimos tiempos.


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